lunes, 28 de marzo de 2011

Pozoina esne botiletan edaten da

Eskuak. Nireak. Nire eskuak zure gorputz gogorra inguratzen, laztantzen.
Ezpainak. Zureak. Zure ezpainak nire aho biguna musukatzen.
Gaueko ordu bi terdiak dira eta euria ari du kalean. Aspaldi konturatu nintzen zure presentziak egiten didan kalteaz...kalte beroa, kalte gozoa.
Droga isila izan zara nire bizitzan, ia konturatu barik pentsamendu guztiak lapurtu dizkidana zure zapore, zure usain, ez hain erakargarri horrek liluratuta.
Zure zirrikitu galdu guztiak maite ditut. Edo hobeto esanda horietan nire mingain bustia sartzea. Gora eta behera. Zure esentzia mingotsa barruraino sartzen zaidan arte. Erraietan jolasean sentitzen dudan arte, nire munduari aldaketa zoragarria eraginez.
Gorputzak. Gureak. Debekatuta egon beharko lukeen sinapsi perfektua.


Zoritxarrez, sobredosi batek jota hiltzeko zorian egotea beharrezkoa izan da egi guztia zuri aitortzen ausartzeko. Nire buruari aitortzeko.

-Kaixo, Escarlata dut izena, hamabost urte ditut eta alkoholarekin arazo bat dudala uste dut.
-Ongietorri Escarlata- esan zuten aho batez gela ilunean zeuden guztiek.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Esa amante inoportuna


Años. Se dicen pronto.
Los recuerdos acumulados tampoco dan mucho más de sí. Toda una vida resumida en unas pocas fotografías y en los recuerdos que se pueden almacenar en un espacio mínimo de nuestras frágiles y selectivas memorias.
El tiempo parece no haber pasado para esa moqueta que descansa, rancia, incolora, como siempre, en sintonía con los muebles pasados de moda, cubiertos ahora por una ligera capa de polvo. El periódico de aquél fatídico abríl de hace casi una década, un 22 grís, triste, nuevo comienzo, final de era, sombrío, aterrador. Unas galletas María empezadas donde tú las dejaste cuando saliste, sin quererlo ni saberlo, para no volver más. Caducaban en el año 2003. El mismo olor en los armarios cerrados a cal y canto. Una nota escrita a mano que nadie se ha atrevido a mover porque es lo último que dejaste: un número de teléfono escrito deprisa y corriendo en un trozo de papel de color rosa palo.
Siento que un escalofrío recorre todo mi cuerpo, me estremezco y lucho por no derramar ni una sola lágrima. Me pregunto, de pronto, qué es lo que ha estado haciendo allí todos estos años. Y me lo imagino simplemente estando allí, absorbiendo el dulce olor a hogar, a familia, a amor. Me lo imagino con miedo a limpiar, a tirar lo que ya nadie va a utilizar, por miedo a enfrentarse a la realidad: que ya no queda nadie allí. Me lo imagino aguantando la respiración, para no contaminar el aire puro y ausente de esa irrealidad. Pero sobretodo, me lo imagino llorando, aferrándose a esa memoria frágil y selectiva, impidiendo que se borren sus primeros años, los recuerdos más queridos, temiendo el día en el que será necesaria una fotografía para recordar como eran sus rostros delicados, ancianos, jóvenes.