sábado, 20 de agosto de 2011

Bittersweet Memories

El grupo de esta noche hace su entrada en el bar cargado de humo, a la vieja usanza, entre tímidos aplausos procedentes de las primeras filas. Un local en primera línea de playa en un pueblo más de veraneo repleto de turistas ruidosos procedentes del norte de Europa.

Hace años que frecuentamos lugares como este en el mes de Agosto. Dos semanas de sol, mar y chiringuitos playeros. Lo de siempre. El plan de verano de miles de personas. Monótono, sí. Pero agradable también para dos personas a punto de jubilarse y que quieren desconectar del ruido, el humo y el tráfico de una gran ciudad que elegimos como residencia fija hace ya más de tres décadas. Aunque ruido y humo es precisamente lo que encontramos hoy en un local como este. (Es curioso, paradójico. Como acabamos pareciéndonos precisamente a quienes no queremos parecernos, como acabamos enganchadas a las personas que más nos sacan de quicio o como para huir de una rutina insípida nos adentramos en otra quizás peor.)
Al principio veníamos con los niños. No hay nada como el clima del mediterráneo para pasar las vacaciones. Pero con el tiempo se han hecho mayores…y qué podemos hacer dos viejos como nosotros si no es aceptar que tienen que volar en solitario, por su cuenta, y resignarnos.

El grupo lleva más de hora y media en escena. No son nada del otro mundo. Más bien mediocres de hecho, aunque he de reconocer que la cantante rubia del vestido ceñido y demasiado corto tiene una voz alucinante. Me pregunto cómo ha acabado en un lugar como este. Con esa voz. Tuvo que ser una joven espectacular.

Pedimos la segunda cerveza de la noche. El ambiente a nuestro alrededor se anima. Una pareja joven a nuestra izquierda es incapaz de dejar de acariciarse. Me recuerdan a Harold y a mi en nuestras primeras vacaciones. Dios mio, han pasado ya treinta y siete años desde entonces. Lloret de Mar, 1974. Qué jóvenes éramos. Una especie de nostalgia, una tristeza honda me invade de pronto.


Oigo resonar los primeros compases de la famosa canción de Dolly Parton. La rubia pechugona de la gran voz cierra los ojos y gesticula con fuerza al llegar al estribillo, lo cual me recuerda a cuando Lorelai le canta a Luke esta misma canción en un episodio de las chicas Gilmore. Es mi escena favorita. (I will always love you)


Y es entonces cuando me hago consciente por primera vez de mi misma, de Harold, aquí sentados entre humo, ruido y algunos desconocidos cada vez más borrachos a nuestro alrededor mientras la canción sigue su curso en la lejanía.
Siento su brazo rodeándome. Su fuerte brazo ahora casi cubierto de pelo blanco. Siento mi cabeza reposar en su hombro y, a pesar de todo el jaleo, también oigo su suave respiración y siento el cosquilleo que su aliento produce en mi nuca. Cierro los ojos y me dejo estar. Dejo mi cuerpo absorber su olor. Ese olor a hombre, un poco dulce, un poco salado, indescriptible, que me cautivó desde el primer momento.

Pensándolo bien, no tengo nada que envidiar, nada por lo que ponerme nostálgica al ver todos esos amores jóvenes y nuevos. La emoción inicial, el no poder estar separados, sentir el cuerpo flotar al rozar los labios del otro, vibrar al hacer el amor. Todo eso ya lo tuvimos una vez. Un largo camino recorrido para llegar precisamente a tener esto que tenemos ahora. Y ahora le tengo a él.
Después de las crisis. Después de las dudas ocasionales. Después de los niños y después de que estos se hagan mayores. Después de la resignación. Está esto. Y mientras todo esto pasa por mi cabeza que ya siento como casi anciana, noto que sus labios se acercan a mi y le oigo susurrar I will always love you. Un susurro a gritos. Un susurro dulce. Un susurro salado. Indescriptible.

Y de entre todas las voces de este local, elijo la suya. De entre todos los hombres, le elijo a él. Y de entre todas las vidas posibles, los universos paralelos, las vacaciones de verano pasadas…me quedo con estas.
Es aquí, y no en ningún otro lugar donde quiero estar.

martes, 16 de agosto de 2011

Ura behar dugu nabigatzeko


Puede que haya quien lo niege, quien se resista a pensar que está condicionado, quien se considere libre, pero no por ello es menos vulnerable. Necesitamos creer. Bien sea en un Dios omnipresente, en nuestros propios ideales o en la confianza ciega que depositamos en aquellos a quienes amamos...necesitamos creer. Y sin esa fe que nos ayuda a sobrellevar el día a día, a levantar la cabeza cuando estamos metidos en el fango hasta los hombros, estamos pérdidos. Necesitamos saber, y recordar que sabemos, que pase lo que pase no estamos solos.


miércoles, 3 de agosto de 2011

More than words

Existe, realmente existe, es posible.
Impresionante, excitante.
Es extraordinario.
El poder abrumador para captar en toda su esencia la complejidad del ser humano, elevarla a su máxima potencia y expresarla con majestuosidad. Y tengo que descansar un rato, cerrar esas páginas y pensar, extasiarme de palabras.
¡Me encanta, me encanta! Cuando tengo que parar y cerrar los ojos y decirme a mi misma, que sí! que lo entiendo todo. Lo comprendo. No juzgo. Es el ser humano, sólo eso. Con toda su estupidez y su ignorancia, los momentos difíciles, la arrogancia, la impaciencia, las decisiones totalmente erróneas, los silencios largos, el orgullo innecesario, las cartas de despedida carentes de sentido, las explicaciones demasiado largas y complejas y las no-explicaciones.



Y en esos momentos una se hermana con su ser. Gracias Paul Auster.

lunes, 1 de agosto de 2011


Azkenaldian inoiz baino argitasun handiagoz ikusten ari naiz bizitzan ezinbestekoa dela arriskatzea. Eguneroko plazer txikiek zein gure bizitzetako esperientziarik onenek arrisku portzentai bat dakarte barne. Salto egin beharra dugu nahiz eta ez dakigun aldez aurretik ura izango dugun azpian kolpea leuntzeko. Guzti hau nahiko erraza suertatuko litzateke oreka non dagoen jakingo bagenu. Gure burua zein puntutararte hipotekatu behar dugu nahi ditugunak lortzeko?