viernes, 7 de octubre de 2011

Sin caminante no hay camino.

Aristóteles decía que los límites de la responsabilidad humana se limitaban a las consecuencias de las propias acciones. Dicho de otro modo, ninguno de nosotros sería responsable de ningún acto llevado a cabo únicamente en la imaginación. Pensándolo así, tiene sentido. No podemos condenar a alguien por asesinato por haberlo planeado sólo en su mente durante unos breves instantes de rabia y odio contenido o juzgar severamente los pensamientos inmorales que a más de uno y más de dos se nos han pasado ocasionalmente por la cabeza. (Aunque en este caso el no poder es relativo... pero no nos desviemos del tema).


Sin embargo, se plantea aquí una nueva incógnita. ¿Realmente estamos exentos de tal responsabilidad? Llegados a este punto, me atrevo a decir que no, no lo estamos. No soy ni la primera ni la última, por supuesto, siglos de trabajo filosófico y religioso permiten que yo hoy sea partidaria de esta no tan nueva idea. La responsabilidad en ningún caso se limita únicamente a nuestras acciones. Al margen del dicho popular de "querer es poder", cabe mencionar que incluso el deseo de lograr cosas imposibles tiene un efecto más que considerable en nosotros y en nuestras vidas. Esos pensamientos son el motor de todo cambio. Cambios intangibles, invisibles, que, sin embargo, nos mueven por dentro y nos hacen plantearnos lo que podríamos llegar a ser. Sólo llego a una conclusión: nada es en vano, todo sirve de algo. Cada pequeño acto imaginativo, del que somos responsables en cierta medida, genera unas consecuencias de las cuales no tendremos consciencia absoluta hasta el final de nuestros días. Cuando nuestros caminos ya estén escritos.