lunes, 16 de diciembre de 2013

Y la infanta en la calle

Estamos durante estos últimos días recibiendo noticias sobre la imputación a los dirigentes de la Asociación de Cannabis Pannagh por delitos de tráfico de drogas y pertenencia a un grupo criminal, actualmente a la espera de juicio.
Mis líneas van dirigidas a aquellos que cuestionan la utilidad y viabilidad de asociaciones de este tipo. Lejos de querer repetir lo mil veces argumentado por los responsables enjuiciados y las decenas de asociaciones cannábicas que tenemos en Euskadi, quisiera poner en el punto de mira a los usuarios que obtienen beneficios de la existencia de las mismas. Beneficios, sorprendentemente para la sociedad en la que vivimos, NO-económicos. ¿Saben ustedes, mandamases, de lo que les hablo? ¿Les suena?
Ni siquiera quiero reivindicar el legítimo derecho individual de consumir cannabis en el ámbito privado, libremente, sin perjuicio a ningún tercero. Quisiera ponerme en la piel de aquellas personas, quienes, desgraciadamente, necesitan del cannabis para hacer la vida un poquito más llevadera, aunque sea poco. Hablo de la marihuana terapéutica y de la gran labor que realizan asociaciones como Pannagh, con diversas clases de enfermos de cáncer, esclerosis múltiple, anorexia, parkinson, epilepsia…y no quiero seguir más.
Bajo mi humilde opinión, todo juicio, todo juez, todo abogado y fiscal que pretenda negar a estos pacientes el acceso a esta sustancia paliativa, pierde toda su autoridad si no ha podido saber que se siente en su propia piel. Lo siento, así de claro. Pregúntele al enfermo de cáncer. ¿Efectos nocivos de la marihuana? “Me rio en su cara señor. Los efectos nocivos ya los recibo, para dar y regalar, de la misma enfermedad, de la maldita quimioterapia (pura toxicidad, me quema las venas y destroza poco a poco los pocos órganos sanos que quedan en mi organismo), de la media docena de pastillas que engullo a diario. Y, sin embargo, esa horrible marihuana contra la que luchamos, ignorando ya de paso los efectos dañinos de otras drogas legales como el alcohol, o todo el tráfico ilegal de otras tantas sustancias, me ayuda a salir del paso. Para empezar, y esto ya es un gran logro, me alegra un poco el alma señor, me quita las nauseas y evita los vómitos, me da apetito y me ayuda a recuperar los 10 kilos que he perdido en cuatro meses, disminuye mi ansiedad ante la incertidumbre y la propia muerte, me ayuda a dormir e incluso a pensar”.

Por un cultivo, venta y consumo de marihuana legalizado. Por un país más libre. Por un país más sabio con los enfermos. Y, por qué no, con quienes no lo son y simplemente quieren hacer uso de la libertad que viene inherente con el ser humano.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Physical pains and physical pleasures

Me llamo Escarlata y calculo mi edad según las cicatrices que viajan con mi cuerpo. Physical pains, physical pleasures, tal y como decía Paul Auster. De momento cuento tres, aunque la ultima vale triple y preveo otro par pronto…así que puedo decir que ya soy bastante vieja. De las heridas en el corazón es mejor que no hablemos, aun no te conozco lo suficiente.
Me gusta el olor a café recién hecho. Sentarme al sol en invierno. Los sombreros. Me gusta hundir manos y pies en la arena de la playa. Me gusta el tacto de mi pelo contra mi espalda. Me gusta mi cuerpo o, mejor dicho, le quiero. Me gustan mis ojos y mi espalda. Me gustan las barbas y el pelo rizado. Me gusta ver películas con mi aita. Y me gusta ir al cine con Jon y Leire. Me gusta ir de poteo y echarme un cigarro con el tercer trago. Me gustan el francés y los franceses. Me gustan las tormentas de verano y mojarme con ellas hasta las bragas. Me gusta que pongan una mano en mi estómago cuando duermo, como si me regalaran vida y energía. Me gusta el sonido de la nieve virgen carraspear bajo mis pies, la exaltación de la amistad a partir de las dos de la mañana y la temperatura perfecta.
Creo que beber una botella de trago cuando te desvelas por la noche es uno de los grandes placeres cotidianos. Me encantan las cadenetas y los trenecillos de los borrachos en las fiestas. Y mi momento favorito del día es cuando, estando muy cansada, me voy a la cama y siento el contraste entre el calor del cuerpo y el frío de las sábanas en los pies. Esos segundos de acomodación climatológica hasta alcanzar la temperatura perfecta. El momento antes del momento.
Antes solía correr. Los latidos del propio corazón, el suelo bajo tus pies, firme, forzar un poco las piernas y los pulmones, ponerte a prueba, sudar. Expulsar toda la mierda de dentro y parar. Sentir el calor, el ahogo, las gotas de sudor que caen. Y sentirte jodidamente dueña de tu cuerpo. Cuerpo y mente. Que puta verdad coño.
Me gustaría hacerme rastas y teñir la mitad de azul. Quiero vivir en Rio y tener un montón de criaturas preciosas y sanas.

Y tú quien eres.

miércoles, 20 de noviembre de 2013


Reflujos gástricos. No podía dormir pensando en la sonoridad de esas dos palabras. Qué estupidez. Una y otra vez volvían a su mente confusa, su mente activa. Encadenar pensamientos sin cesar, divagar, volar, viajar de un recuerdo a otro y de ahí a una situación imaginaria y poco probable. Eran tantos los escenarios que ya había imaginado que lo más probable fuera que tuviera una terriblemente insípida y aburrida vida por delante. Porque todo el mundo sabe que aquello que imaginas y anhelas en las noches insomnes, como un niño antes de su primer día de escuela, es una posibilidad menos para la vida real. Vuelve la luz del día, pero los sueños no cesan. El tintineo, cada vez más feroz, de las gotas de lluvia contra los barrotes de metal le hace volver a la realidad. Una realidad y una verdad edulcoradas por la marihuana que fuma desde hace más de una década. Le ayuda a pensar. Su mente se vuelve ágil y el dolor desaparece. O se esconde al menos entre la humareda. El verde de las plantas que asoman entre las sombras es intenso. No sabía que tuviera tantas flores en las jardineras. Claro, ahora lo entiende. Sin las flores y su color su propia vida sería más blanquinegra aún. Observa fijamente el gotear del agua de lluvia que cae a través del canalillo del balcón de enfrente. Le encantaría beber directamente de ahí. Desnudarse ante algunos ojos atentos y dejar que la lluvia recorra su cuerpo, se cuele entre sus senos, ya mayores, ya caídos, pero no por ello menos necesitados de una mano que los idolatre. Pasan los minutos y, sin embargo, su mente se ha quedado clavada en ese último pensamiento. Piensa en cuando fue la última vez. Piensa en el día en que su propio cuerpo se convirtió en una prisión con cerraduras de acero y centinelas atentos de los que es imposible escapar. Y vuelven las ganas de vomitar. Reflujos gástricos, qué estupidez, piensa.

viernes, 25 de octubre de 2013

Espejito, espejito, ¿quién es la más bella del reino?


Muy poco tenía que ver la belleza con las características físicas objetivas de aquellas mujeres. Muy poco tenía que ver con los desfiles de miss mundo o las pasarelas de Paris. La belleza fue encontrada en todos los rincones del planeta, en todo tipo de mujeres con diferentes edades, pesos, color de ojos y tamaño de pechos. Lo que las hacia guapas no eran unas proporciones concretas y una talla X. Toda su vida le habían hecho creer que el patrón de belleza se medía según aquellas chicas que salían en la tele y los anuncios, las modelos, las revistas de moda y del corazón, las películas porno incluso y, a veces, también las novelas. ¿Quién decide eso?

A partir de entonces decidió que cada mañana, al mirarse en el espejo, dejaría de preguntarle quién era la más bella del reino. Efectivamente, no era ella. Pero, en cambio, se homenajearía a si misma con tres “Guapa!”-s en voz alta y clara. ¿Y qué pasó entonces? Ante su mirada atónita, día tras día su melena brillaba más, sus ojos cobraban un esplendor especial, sus granitos y puntos negros desaparecían y a medida que sus pechos se hacían más grandes, su culo se hacía más pequeño.
(...)
No, que va, no pasó nada de eso.


Toda su vida había deseado, metiendo tripa frente al espejo,  pesar un par de kilos menos. La paradoja estaba en que su peso había variado a lo largo de los años, pero los dos kilos de más parecían una constante. Empezó a comprender que quisiera o no, nada podía hacer ella para cambiar el tamaño de sus caderas, su altura o su número de pie. Además, en la lotería de la vida también le habían tocado la celulitis maldita, unos pezones demasiado grandes para unos pechos más bien pequeños, una frente estrecha y un tipo de piel grasa que la horrorizaba con sus rojeces y granos. Vamos, el gordo de navidad.


Pero lo que sí que pasó cuando empezó a llamarse guapa frente al espejo es que cada nuevo día, ahora comenzaba con una sonrisa por lo estúpido del acto en sí. Y coño, resulta que su sonrisa no estaba nada mal, tenía una perfecta alineación de dientes y una coloración aceptable. Y con la risa, sus ojos verdes adquirían un hermoso brillo. En efecto, se veía un poquito más guapa. O más que ver, así lo sentía.
Había conocido a muchísimas mujeres a lo largo de su vida. Las más hermosas eran aquellas que, habiendo aprendido a quererse a si mismas primero, destilaban amor por la vida y por los demás por cada poro de su cuerpo. Se las diferenciaba a lo lejos por el tamaño de sus sonrisas, no el de sus pechos. El amor hacia el propio cuerpo, fuera como fuera, les había dotado de seguridad, serenidad, felicidad.


Pensó en sus amigas, sus primas, las compañeras de trabajo y de universidad. Todas quisieran cambiar algo en sus propios cuerpos influenciadas por ese ideal de belleza que nos llevan vendiendo desde hace muchísimos años. Ese maldito ideal que lleva a la anorexia, a la bulimia, a la depresión, a la ansiedad y, sobretodo, a la infelicidad a miles y miles de mujeres y hombres cada día. Desde que tenemos 12 años hasta que cumplimos los 70 (si es que algún día acaba la auto-tortura). Y, joder, qué triste es. Cuanto tiempo perdido.



Puede que no fuera la más bella del reino, pero era, sin lugar a dudas, la mujer más hermosa de su propia república. ¡Guapa, guapa, guapa! A partir de entonces sólo aceptaría que cruzasen sus fronteras aquellos que fueran lo suficientemente sabios para saber verlo. Quizás ese había sido el error durante todos estos años.

sábado, 17 de agosto de 2013

Itxaron gela bat, burdinezko eserleku hotzak, Mcdonalds bat, muffing eta argi fluoreszenteak...aireportu bat azken finean. Jostun berak moztutako jantziak bailiran, oroitzapen berak ekartzen dizkidate munduko aireportu guztiek. Agurrak, minez isuritako malkoak. Bat bestearen atzetik iturri gisan masailetatik behera irristatu zirenak behin, gatz zaporea mingainarekin sentitu ahal izan arte. Ezezagunak niri begira, zer pentsatuko ote dute. Berdin zait, ez zait inporta, ez ditut sekula ere ez berriro ikusiko. Hori da beharbada aireportuetatik gehien gustazen zaidana: milaka pertsona, milaka istoria, milaka bide. Era anonimoan egindako negarrak ez du garrantziarik eraren batean. Zabaltzen dira ateak "llegadas" kartelaren parean. Irribarrak, besarkadak. Nik ordea barru barrutik oihukatu nahi zuen nire arimaren oroimena baizik ez dut entzuten. Badoaz egunak, asteak eta hilabeteak. Badoaz esperantzak eta ametsak, hegazkinek aireportutik ihes egiten duten era berean. Oroitzapenek itxaron gelan presa barik jarraituko dutelakoan nago ordea.

domingo, 9 de junio de 2013

Hurrengo batean, akaso.

Badu zoriontasunak alde ilun eta tristea.
Badu tristurak alde erromantikoa.

Nostalgiaz beste egiteko zorian dauden papar handituak,
harrotasunez gogoratzen ditugun fantasia faltsuak.

Badu zoriontasunak alde ilun eta tristea.
Emozioa bera txikitzeko nahikoa den argi disdira zitala gure burmuinean.
Mundu zabal honetan,
milaka miloi pertsonaren artean,
bapatean, bat-batean,
bakar baten falta sumatzea.
Gure perspektika distortzionatuak mozorrotutako momentuen falta,
barren barrenean,
odolgabetu arte kasik.

Eta badu tristurak alde erromantikoa.
Gorroto zaitudan arren,
inor baino gehiago,
beste inor bezain beste,
maite zaitudalako.
Itzal handi,
itzal hotz,
itzal maltzur.
Nire bihotza besarkatzen duzunean,
ulertzen dut azkenean,
badago masailetatik behera doazen malko gardenetan ere,
nire paradisu partikularraren kutsua.

Ez dago min bako zoriontasunik,
ez dago plazerrik gabeko negarrik.


Beharbada hori da era bakarra.

domingo, 26 de mayo de 2013

Interesantes conclusiones de estudios sobre la felicidad:
Cada vez que avanzamos hacia un estado deseado, rápidamente nos acostumbramos y volvemos al nivel de felicidad del que gozábamos en la localización previa. Es decir, nos esforzamos en correr muy rápido para no llegar a ninguna parte. Los bienes materiales no nos hacen más felices, pero sentimos que los necesitamos si la gente a nuestro alrededor los tiene (¿preferirías ganar 500 euros en un mundo donde todos ganan 250, o 1000 en un mundo donde todos ganan 2000?). Y de igual manera, aquellas cosas que ansiábamos hace tan solo un momento, una vez que las hemos conseguido, no nos satisfacen más a medio-largo plazo y deseamos seguir acumulando más y más objetos con la errónea idea de que nos proporcionarán la verdadera felicidad. Los psicólogos afirman que no importa el coche que tengamos, ganar más o menos dinero a final de mes, que nos toque la lotería o acostarnos con alguien, al final, tras el breve incremento en el nivel de satisfacción, nos adaptamos y volvemos a la línea de base. Sorprendentemente, hay evidencias que muestran que mujeres que se han sometido a una operación de aumento de pecho, sufren efectos positivos a largo plazo en su nivel de felicidad. Pero no te preocupes, seguramente no tengas que pasar por el quirófano. La mayoría de la gente afirma ser razonablemente feliz siempre que se cumplan unas condiciones de calidad de vida mínimas: control personal sobre la vida de uno, autonomía, salud, integración social y libertad.

Quizás tengamos que simplificar, menos es más.

martes, 5 de marzo de 2013

8 de Marzo




Este viernes 8 de Marzo es el Día Internacional de la Mujer. No puedo dejar de preguntarme a mi misma si debería ser un día de celebración y del cual estar orgullosas o si, por el contrario, es una vergüenza que en pleno siglo XXI, mujeres de todo el mundo aún tengan que salir a la calle a pelear por los derechos más básicos.

Ya en 1909 el partido Socialista de los Estados Unidos declaró el último Domingo de Febrero el Día Nacional de la Mujer y a partir de ahí cientos y cientos de iniciativas han tenido lugar para reclamar el lugar que a la mujer le pertenece y se merece en cualquier sociedad. No por debajo y no por encima. Justo al mismo nivel que los hombres.

Sin embargo, es desolador y alarmante a partes iguales que cuando este viernes encendamos nuestras televisiones y miremos las noticias en ordenadores y móviles, lo que encontraremos serán hechos y estadísticas deplorables. Según la ONU, 7 de cada 10 mujeres han sido víctimas de algún tipo de violencia, ya sea física o sexual, durante su vida y UNICEF estima que unas 70 millones de niñas y mujeres hoy en vida han sido sometidas a la mutilación genital femenina sólo en África y Yemen. Y esto son sólo dos ejemplos. La lista es infinita y la discriminación hacia las mujeres ha adoptado y adopta múltiples formas y caretas bajo las que esconderse. Desde la esclavitud sexual y los matrimonios concertados hasta las desventajas laborales y el estigma social como consecuencia de un ejercicio legítimo y libre de nuestra vida sexual privada y personal.

Necesitamos un esfuerzo enorme y un cambio de mentalidad desde los gobiernos y autoridades vigentes en particular, cambiando leyes y permitiendo el fortalecimiento de las mujeres en la sociedad, y de la misma sociedad y los seres humanos en general, rechazando fervientemente cualquier intento de violar los derechos de las mujeres.

El día que el 8 de Marzo desaparezca como el Día Internacional de la Mujer porque no necesitemos seguir luchando para que tan lamentables injusticias dejen de ocurrir, entonces, y solo entonces, tendremos algo que celebrar. Todos los días deberían ser el Día Internacional de la Mujer, o lo que es más, todos los días deberían ser el Día Internacional de los Seres Humanos.

domingo, 24 de febrero de 2013

¿A qué huelen los recuerdos?





El olfato es el mayor evocador de recuerdos. Es el sentido que más y mejor activa la memoria.
Me pregunto por qué no tenemos máquinas que almacenen olores, al igual que tenemos cámaras de fotos para atesorar imágenes, para detener el tiempo y robarle un instante a la vida. Un instante incompleto me temo.
Creo que quizás sea porque no seríamos capaces de soportarlo. Quizás no podríamos vivir con el olor de la persona amada que hemos perdido, embotellado en un pequeño frasco en la segunda balda del armario del baño. Quizás nos volveríamos locos si cada noche sacáramos del cajón de la mesita de noche el frasco con el olor de las sabanas húmedas por el sudor tras un polvo y lo oliéramos por unos segundos, intentando revivir noches mejores en los que la soledad no era nuestra única compañera. Quizás no superaríamos la nostalgia honda por los tiempos pasados, que tienden a parecer siempre mejores de lo que en realidad fueron, al abrir el bote que guarda el olor de la sala de partos donde nació nuestro primer hijo, el olor de casa de amama justo antes de servir la comida los domingos o simplemente el olor a incienso y tabaco de aquella habitación que nos vio vivir.
Puede que sea mejor que nos conformemos con el mero recuerdo de un olor que fue, pero que ya no es.