domingo, 24 de febrero de 2013

¿A qué huelen los recuerdos?





El olfato es el mayor evocador de recuerdos. Es el sentido que más y mejor activa la memoria.
Me pregunto por qué no tenemos máquinas que almacenen olores, al igual que tenemos cámaras de fotos para atesorar imágenes, para detener el tiempo y robarle un instante a la vida. Un instante incompleto me temo.
Creo que quizás sea porque no seríamos capaces de soportarlo. Quizás no podríamos vivir con el olor de la persona amada que hemos perdido, embotellado en un pequeño frasco en la segunda balda del armario del baño. Quizás nos volveríamos locos si cada noche sacáramos del cajón de la mesita de noche el frasco con el olor de las sabanas húmedas por el sudor tras un polvo y lo oliéramos por unos segundos, intentando revivir noches mejores en los que la soledad no era nuestra única compañera. Quizás no superaríamos la nostalgia honda por los tiempos pasados, que tienden a parecer siempre mejores de lo que en realidad fueron, al abrir el bote que guarda el olor de la sala de partos donde nació nuestro primer hijo, el olor de casa de amama justo antes de servir la comida los domingos o simplemente el olor a incienso y tabaco de aquella habitación que nos vio vivir.
Puede que sea mejor que nos conformemos con el mero recuerdo de un olor que fue, pero que ya no es.