Se oye un eco. Es ese rugir que empieza a resultarme muy
familiar. Proviene de las entrañas de la ciudad. De esa maraña de caminos y
vías, alcantarillas, agua y desechos.
Detrás, estoy yo. Delante, cualquiera lo sabe. En mi
estómago los nervios me dicen, me cantan, que hace mucho que no me preocupo
demasiado. En mi cabeza, mis voces están bailando. Últimamente es algo bastante
común.
Me toca caminar. Calculo que será un paseo de unos 20
minutos. Más vale que vaya a paso ligero, ya empieza a hacer frío en la
prematura oscuridad de las calles.
Klik.
Qué es eso que me resulta tan similar a aquello otro que no
consigo recordar.
Klik.
La misma forma de sentir y de esperar. La misma hilaridad.
Justo igual que la otra vez. Tres años atrás
en el tiempo. Las energías galopando dentro de mi, arriba y abajo, en un balanceo
constante, fluctuante, caótico o impreciso. Y también la misma inquietud.
Todo junto consigue hacerme cosquillas en la tripa.