miércoles, 22 de abril de 2015

Asociación libre

Las aguas suenan feas. Un vals loco, astuto, aturdido. La mampara de unas sombras ciegas. Tenías un dorso perfecto, y “¡qué abdominales!” Madre mía. Me encantaste.


El tejado amarillento de los edificios solitarios. En las afueras de Madrid. Un edificio antiguo y precioso. Hecho y conservado con una magnitud y una señorialidad importante y compleja, asombrosa.


Recordó de pronto un tiempo y una sensación muy particular, muy especiales a su extraña manera, que resultaban ya muy remotos. Por alguna razón los recordó con cariño.

Fotografía de Dorothi Iannone

La lluvia cae ahí afuera. Es un tópico y no parece una manera muy precisa y acertada para ponerse a escribir. Lo sé; pero como no caer en la tentación siendo exactamente una descripción tan precisa y fiel de la realidad. Es lo que está pasando: anochece, la lluvia cae rara y no hace calor afuera. O al menos para mí, campeona olímpica en destemple. Juego en primera.
Aquí dentro, una lámpara del Ikea suplicante alumbra mi habitación naranja.
Se deduce aquí, en mis dos últimas palabras, que mi habitación es naranja. Un naranja que a mí me encanta. No demasiado chillón y artificial. El tono exacto para no ser hortera y en exceso azuzador. El que te saca de dentro la textura y el sabor precisos. Al menos a mí.
Pero lo que iba diciendo. Que la lámpara color blanco marfil (del exacto color del que será mi precioso vestido de novia, me case o no) me mira en un intento suplicante de ser desprovista de la fina capa de polvo que ya empieza a formarse. Amenaza con hacer la huelga indefinida si no mejoro pronto su precaria situación. Ha tenido que despedir voltios porque no puede seguir manteniendo a toda la plantilla y, en consecuencia, en los barrios más empobrecidos ya han comenzado a robar cobre. Pero es que, ¡qué le va a hacer sí él también va al límite y ha dejado de poder pagar las facturas!  Además, por si los problemas de conciencia no fueran suficientes, su extremidad más sensible, el enchufe, ha recibido algún que otro chispazo en las últimas semanas. En resumen, que me mira diciendo que ya es hora de que le dé la jubilación que le corresponde por el servicio ofrecido en el último lustro. Me lo pensaré, al fin y al cabo se está agustico así cuando llueve ahí afuera. Supongo que estoy convirtiéndome en una auténtica dictadora anarquista. Aunque suene un poco raro.
Las paredes visten fotos de todos los tiempos y tamaños. Y también me custodian una docena de elefantes de todas las formas; camuflados en los rincones más inesperados, colando su trompa y sus grandes y graciosas orejas por todas partes.

Siento los dientes rozando la parte interior de los labios húmedos; ligeramente abiertos estos, sólo en la parte central, un milímetro escaso.
Mis ojos me piden, algo cansados, que les liberé de las peticiones tiránicas y caprichosas del sentido estético y la practicidad. Unas gafas y en seguida a dormir. Descanso hasta mañana, cuando la luz haya despertado de su letargo diario.
Un mechón de pelo aplica el calor correspondiente en la parte derecha de mi frente, que es mi lado más hábil por otra parte. A la parte derecha del cuerpo me refiero. Con la izquierda escribo muy mal y al maquillarme no me manejo. Para masturbarme tampoco es la mejor. Que no soy zurda vaya.
La cabeza no me duele y la boca no me sabe a nada concreto. Supongo que sólo sabe a mí. Sea eso bueno o malo. Una nunca acaba de conocer cómo son los fluidos y olores de su propio cuerpo. Me gustaría probarme y descubrirlo. Y sé que a ti también. Los tuyos propios quiero decir. ¿Conectaríamos con nosotros mismos? ¿Nos caeríamos bien si fuéramos los otros?
Por otro lado, más abajo, las piernas lloriquean de risa con los primeros cosquilleos. Estoy sentada sobre ellas, un poco de mala manera que se diría en plan coloquial, y quieren que cambie de postura y me siente de una santa vez como una señorita, que es lo que soy.

Ahora mismo una canción de Beck, Don´t let it go me acompaña a través de los altavoces de mi ordenador. Me gustaría contaros una historia interesante y divertida de porqué está en mi lista de reproducción, un recuerdo especial de un día especial con una persona especial, pero lo cierto es que aunque no me disgusta, tampoco me entusiasma en exceso y, definitivamente, tampoco tiene una gran anécdota que salga en su defensa y la justifique.
Sin embargo, Spotify me recomienda ahora el último hit de Maná y Shakira, una canción que me ha parecido enternecedora y me ha dado toh el buen rollo, de estas que te dan un poco de calor en el arma, que dirían por el sur. Eres mi amor, mi alegría dicen al unísono. Es un tópico, como mi comienzo, pero tampoco está tan mal, ¿no? Igual que la canción de Beck. Y es que no se pueden escuchar siempre sólo temazos. A veces simplemente el aleatorio no se pone de tu lado y se esfuerza en boicotearte.
El aire entra y sale de mis pulmones cada tres segundos, a un ritmo fijo.


Sin más. ¿Y tú? Cómo te sientas y sientes tú.

miércoles, 8 de abril de 2015

¡Clak! Stop.


Ya débiles, los escasos rayos de sol de una extravagante jornada se arrastraban entre las fachadas tímidamente azuladas de los edificios. Pequeñas casas alineadas. Costado pegado a costado. Rechonchas a su manera y construidas hace más de un siglo; magníficas, señoriales. No obstante, algo marchitas ya, algo quemadas a fuego lento por el pasar hiriente de los días fatigosos. Y también alegres y sabias por las caricias calmadas y amables de los atardeceres cómo aquel.

Los espesos chocolates con churros los domingos.
El tiempo rebobinado. Stop; todo, desde el principio. Dámelo, es mío.
¡Clak!
1998; los granos de arena ahogados en la bañera, estancos, inmóviles antes de desaparecer en la nada para siempre tras un bendito día en la playa.
Empecemos otra vez. Despacio, baja a primera. Susurra con tus latidos. Dime.


Los rayos de sol te atraviesan la cara y te lamen por dentro. Mmm. Las sombras se calientan. Las guerras y el hambre se consumen un poco. El mal permanece, pero no prevalece. Y es que hoy, ya débiles, pero los escasos rayos de luz de una extravagante jornada se arrastran entre las fachadas tímidamente azuladas de los edificios…

miércoles, 1 de abril de 2015

Adán y Eva, placer, sabiduría y felicidad.

Adán y Eva desafiaron a Dios en su mandato de no tomar nada del árbol de la sabiduría y renunciaron así a una existencia cómoda y en armonía con el mundo, con aquel paraíso, el jardín del Edén, que brotaba a su alrededor. Sólo les habían puesto una condición para seguir siendo felices y poder vivir en prosperidad y abundancia, no comer la maldita manzana que colgaba de aquel árbol tan esplendido. No obstante, humanos como eran, e ignorantes además, pues tenían todo lo que se puede desear a su disposición menos conocimiento o sabiduría, se dejaron engatusar por la serpiente y acabaron pecando. Yo a la serpiente me la imagino como al típico amigo regordete, un poco idiota, ese que no te acaba de caer del todo bien, pero que, como conoces de toda la vida, tienes que llamar para las cañitas de rigor del viernes por la tarde-noche. Así me imagino yo pues a la dichosa serpiente, diciendo: NO HAY HUEVOS. A Adán, es casi como si lo estuviera viendo, con el orgullo herido: que no…
Después, como ya sabéis, empezó el bucle de decadencia. Al comer la manzana, los dos enamorados ganaron conocimiento, pero también empezaron a cambiar otras cosas: comenzaron a sentir vergüenza ante la propia desnudez de la que acababan de percatarse y poco a poco dejaron atrás la armonía y el bienestar…el PLACER en mayúsculas. Dios montó en cólera y los expulsó para siempre del Edén poniéndoles de patitas en la calle, en un mundo cruel y salvaje. A juzgar por cómo nos ha ido desde entonces, a veces creo que se desentendió de todos nosotros para siempre jamás.
La moraleja, al contrario de lo que nos hacían creer en las clases de religión del cole, es que el conocimiento es peligroso. Dios ya nos lo advirtió: el saber resulta en vergüenza, miedo y alienación y los humanos somos más felices sin él.
Qué interesante.



En 1916 Bertrand Russell nos regaló una reflexión que guardo con cariño y releo de tanto en tanto. Habla del temor que profesamos al pensamiento. El pensamiento que califica de subversivo y revolucionario, destructivo y terrible. Dice: “¿Debe el trabajador pensar libremente acerca de la propiedad? Entonces, ¿qué nos ocurrirá a nosotros, los ricos? ¿Deben los jóvenes, hombres y mujeres pensar libremente acerca del sexo? Entonces, ¿qué ocurrirá con la moralidad? ¿Deben los soldados pensar libremente acerca de la guerra? Entonces, ¿qué ocurrirá con la disciplina militar? ¡Basta de pensamiento!”
Ese último ¡Basta de pensamiento! que tan bien suena en mis oídos y que tan bien se refleja en mis pupilas al leerlo, me resulta una mera reminiscencia de aquellas palabras del mismísimo Dios Todopoderoso: ¡Basta de conocimiento!

Somos felices de niños. En teoría al menos. La mayoría al menos. Ajenos al mundo vil e injusto que nos rodea al otro lado del velo de ignorancia que cubre nuestros rostros y edulcora nuestros días. Después, crecemos y empezamos a plantearnos algunas cosas, nos hacemos preguntas…en resumen: dudamos. En teoría al menos, la mayoría al menos. Dudamos de los cimientos de una realidad que ya no se sostiene del todo. Y esto, amigos míos, no sólo no le conviene a quien está en el poder, que preferiría que viviéramos en el desconocimiento, en las sombras, respecto a lo que verdaderamente se gesta en los círculos selectos, incluso demoniacos, que manejan nuestros hilos de títeres sin cerebro, sin opinión, sin voluntad. Esto, tampoco nos conviene a nosotros mismos que vemos nuestra felicidad mermada a medida que conocemos más, a medida que ponemos en evidencia los colapsos de un sistema que ya no da más de sí, de una manera de hacer las cosas que sólo busca el bien egoísta y único de quien nos maneja desde arriba.
Y es ahora, en este punto concreto del torrente de pensamientos, cuando una pregunta toma forma de pronto, casi hasta puedo verla: ¿quiénes son ellos? ¿No somos nosotros mismos los que alimentamos el círculo, los que nos empeñamos en formar parte del juego? Me parece que también cae sobre nosotros parte de la responsabilidad…
Pero me estoy poniendo conspiranóica y me estoy alejando del tema en cuestión, que era y sigue siendo: ¡lo felices que son los idiotas! Mon dieu, cuántos quebraderos de cabeza, cuánta angustia, cuántas ganas de llorar sofocadas si tan sólo…tan sólo… ¡fuéramos imbéciles!

Sin embargo, no podemos negar la evidencia. Nuestra humanidad, aquello que nos diferencia de los animales y las bestias, aquello que nos eleva y nos hace grandes, ¿no reside acaso en nuestra capacidad para pensar, nuestra ansia de crecer y nuestras ganas de aprender? El conocimiento es poder y el pensamiento, también en palabras del bueno de Bertrand, es grande, y veloz y libre, la luz del mundo, y la principal gloria del hombre.

Así que la cuestión se reduce a preguntarnos si queremos saber o si preferimos ser bobos contentos. Es legítimo, de verdad que lo es. Pero una vez que emprendes el camino de la duda ya no hay vuelta atrás. No puede uno dejar de pensar de repente. No se puede dejar de pensar porque sería como dejar de ser.



¡Ay!. Yo ahora no puedo dejar de preguntarme que hubiera pasado si Adán y Eva hubieran preferido renunciar a aquella manzana. Si Adán no hubiese tenido huevos…