miércoles, 23 de marzo de 2016

Bruselas


Andreas Gursky-Klitschko (1999)
Os pareceré una exagerada. Os pareceré una exagerada si os digo que hoy, veintidós de marzo de dos mil dieciséis, que hoy, cuando el fanatismo ridículamente exagerado ha vuelto a dejar víctimas inocentes en los desagües, en mi cabeza han empezado a sonar bombas por todas partes. Como si yo misma hubiera desarrollado el Síndrome de Estrés Post-traumático. A kilómetros de distancia. Cómo si mis propias ilusiones mentales hubieran desarrollado el Síndrome de Estrés Post-Traumático. Qué curioso, me digo.

Pero iba diciendo que la sin razón, porque no encuentro otra manera de poner palabras a esta sensación de desamparo, ha vuelto a sacudir los cimientos de eso, de aquello tan bonito, de eso que queríamos ser de mayores; hablo de todas esas…no sé, cosas, que nos dijeron sobre el bien prevaleciendo sobre el mal. De repente tengo la sensación de que todo está saltando por los aires. Hecho añicos ya de antes y ahora volando por todas partes, hacía todas las direcciones. Un amasijo de piernas y brazos. Así de sopetón, tan brusco, tan oscuro, tan tétrico, tan gráfico.

Discúlpenme.

Decía que hoy al despertar, al coger mi teléfono y leer todos los mensajes entrecruzados que han ido apareciendo en la pantalla, una angustia muy molesta me ha sacudido las tripas. Algo no va bien. He pensado en Bruselas. Una ciudad que siento un poco mía; con total humildad. O de la que me siento un poco participe y parte. He pensado en todas mis personas en Bruselas. Y también he pensado, con un cariño inmenso, en todos los recuerdos mágicos y no tan mágicos que me unen a ella. Después, esa angustia muy molesta en las tripas me ha dicho que todo se está yendo a la mierda. Ha salido mi vena masoquista y me he dicho que es el fin, que la humanidad se va a al carajo, que no nos merecemos nada.

Esto tiene que parar. Démosle la vuelta.
El barco se hunde. Sólo queda elegir; la gran pregunta es: ¿Nos quedamos y achicamos agua, o nos tiramos con nuestro salvavidas y nadamos?
De no salir bien, la primera nos expone a la mayor de las vergüenzas, a un hipotético escenario terrible que hiera hasta la agonía lo más humano de nuestro ego. Y la segunda nos expone al fracaso más humillante de todos: intentar hacerlo sólo y no poder. 


Tenemos que decidirnos. Hay que empezar a organizarse.