domingo, 29 de noviembre de 2009

The lovers are losing


Somos personas de costumbres. Nos gusta la rutina, hacer siempre lo mismo y de la misma manera. Bien sea el orden en el que desempeñamos tareas simples como por ejemplo limpiarse la cara, desayunar y vestirse por las mañanas según nos levantamos de la cama, o el lado del autobús o la fila que elegimos a diario para sentarnos. Y ocurre que si estas pequeñas costumbres se ven alteradas, nos sentimos raros, incomodos, desorientados. No nos gusta que cambien las cosas de sitio en nuestro cajón de la ropa interior, simplemente porque sólo nosotros sabemos en que lado ponemos los sujetadores dentro de ese armonioso desorden. Al igual que tampoco nos gusta encontrar que alguien está sentado justo en el sitio en el que normalmente tú te sentarías.
Nos ponemos nerviosos y nos volvemos inseguros porque nos encontramos ante algo nuevo y desconocido. Creo que algunos lo llaman miedo, o pánico.
Supongo que todos conocemos esa sensación que te aborda, que te invade, que te quita el aire. Cuando una persona va robandote poco a poco trozitos de corazón y acapara cada vez más y más. E intentamos protegernos de esa pequeña y externa invasión sorpresa. Nos ponemos corazas y rechazamos el riesgo. Nuestra rutina se ve de pronto, sin previo aviso, amenazada.

resumamos:

-Es que no lo entiendo, parece que una mujer y un hombre no pueden hablar sin tener más pretensiones ni intereses que el simple hecho de mantener una conversación. Cada vez que me acerco a una persona del sexo opuesto porque me parece interesante, porque me gusta independientemente de que sea una rubia despampanante o un obeso de cincuenta y siete años , parece que todo el mundo se gira a mirarme como diciendo: "mira, ya está ese intentando tirarse a esa tía con su diálogo fácil y pelota, ¡qué típico!" Y me toca los cojones.
-Sí, sí, estoy completamente de acuerdo. Por ejemplo, ahora yo estoy hablando contigo y no quiero follarte.



-Claro...
Bueno, me voy a buscar a mis amigos.

martes, 17 de noviembre de 2009

Me gusta el olor de la ropa recién planchada,





 el chocolate




y que mi pelo roce mi espalda desnuda.


jueves, 12 de noviembre de 2009

The final countdown



Desnuda frente al espejo, se da cuenta de los años que arrastran sus patas de gallo y sus arrugas de la frente. La papada que tanto ha odiado siempre es ya casi imposible de disimular y el contorno de la boca, completamente flácido, sugiere una sonrisa infeliz (nada más lejos de la realidad).
Los años no perdonan, sobre todo si los dedicas a vivir, y se caga en la puta sociedad que la ha criticado durante toda su vida por haber elegido que no quería ser normal. O al menos lo que ellos consideraban como tal.(que por cierto, es algo que le hace mucha gracia: ¿quién coño decide cuales son los patrones de normalidad?)
Mete tripa, saca pecho, se mira el culo y se dice a si misma, sin sonido pero vocalizando, que en su próxima vida se cuidará mejor. Fumará menos, beberá más agua y menos vino, hará deporte tres veces por semana, sustituirá las patatas fritas por brócoli y lechuga, irá a misa los domingos y asistirá a un club de lectura los jueves por la tarde.

martes, 3 de noviembre de 2009

Love is in the air

Mientras los pasajeros de mi alrededor van cayendo uno a uno en un sueño ligero de autobús y yo intento sumergirme en una lectura obligada muy poco apasionante, reparo sin proponermelo en un joven de camiseta azul que se sienta justo delante mio. Varón, unos veintitrés años, alto, universitario. Está hablando por telefono y su manera de hablar pausada, amistosa y coloquial me anima a seguir el hilo de la conversación. A medida que pasan los minutos empiezo a sentir simpatía por ese chico de rostro familiar, que posee un humor discreto, un lenguaje culto y que me parece, a simple vista, o en este caso oído, un tío inteligente. Y cuanto más oigo, más curiosidad siento por saber quién se encuentra al otro lado del telefono, su novia, que viene precisamente en un autobús que se va cruzar con el nuestro en breves momentos.

Y ahí llega, y veo como una sonrisa aparece en la cara del chico del móvil mientras saluda con la mano y una sombra borrosa contesta desde el otro lado de la carretera. El momento que llevaban esperando desde el inicio de la conversación telefónica que se remonta a veinte minutos atrás en la terminal de autobuses.  Y él la mira bajarse, y cómo camina por la calle, y no le pierde de vista hasta que desaparece entre la multitud, y, sobretodo, sigue sonriendo. No cabe duda: está enamorado.
Sin quererlo, una sonrisa tonta se aloja en mi cara y una frase da vueltas en mi cabeza: qué bonito es el amor.