viernes, 14 de agosto de 2009

¿Y bien...?


Sabía muy bien a lo que se enfrentaba; sabía que ella no era la típica maniquí de escaparate que podía cerrar la boca y sonreir a quien se le plantara delante adulando su majestuosidad. Claro que esto no suponía que no fuera hermosa, más bien todo lo contrario, poseía una belleza anormal, atípica y maravillosa que había conseguido enamorarle al primer contacto visual.
Tenía piercings adornando diferentes partes de su cuerpo. Algunos siempre a la vista, el de la nariz, la ceja y los que cubrían su oreja izquierda de arriba a abajo, y otros, entre los que se encontraba su favorito indiscutible, que quedaban ocultos de las miradas penetrantes que le lanzaban a menudo hipocritas acosadores de la intimidad ajena que fingían que el ideal de belleza trataba de seguir los parametros actuales de moda (cuerpos esqueléticos de pechos enormes y largos cabellos rubios teñidos), pero que, sin embargo, quedaban prendados por ella y deseaban descubrir todos los secretos que guardaba aquel cuerpo bendito.
Estaba nervioso, realmente no sabía exactamente como presentarla, temía que no la aceptasen...y eso que aquel día vestía bastante más discreta de lo que le tenía acostumbrado: unos baqueros ligeramente rajados y ajustados de talle alto, una camiseta que apenas le cubría el ombligo, sus habituales botas altas de estilo militar y aquellos labios pintados de rojo que eran su seña de identidad.
De modo que tocaron el timbre de aquella casa que ahora le parecia tan extraña mientras recordaba los años que había vivido allí y lo lejanos que le parecían y se dio cuenta, en aquellos segundos de espera que le parecieron eternos, que estaba junto al amor de su vida, que él la había elegido y que quería pasar el resto de su vida junto a ella. Vale que no fuera lo corriente, lo esperado, lo recomendable, pero, ¿y que?


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