martes, 15 de junio de 2010

La vida tiene el mal gusto de seguir su curso sin contar contigo.


Nadie apostaría por aquel chico flacucho de camisa de cuadros y gafas de pasta. Nadie, jamás, o al menos nadie que lo hubiera visto con sus propios ojos, perplejos siempre ante los encantos tan sumamente ocultos de ese muchacho que resultaba agradable, pero demasiado débil para cualquier cosa que no fueran sus libros o su poesía enternecedora que nunca volvió loca a ninguna ni por un breve instante en el continuo espacio-tiempo.
Creció y resultó ser aún más feo y aburrido de lo que hubieramos podido imaginar ninguno de los que lo conocimos cuando todavía le quedaba el encanto infantil de quien se sabe gracioso, original y diferente. Nunca destacó por su físico y tampoco por su inteligencia, pues entre sus virtudes o defectos, según como se mire, nunca se atisbó un mínimo de vanidad y ostentación. Es decir, fue un mediocre desde el momento de su nacimiento hasta el día de su trágica muerte. Incluso para su propia mujer que se casó más por comodidad y paz que por amor, y que empezó a serle infiel desde la mismísima luna de miel, que pasaron en Benidorm, porque a alquien como Jesús Garcia Agirre, nunca le interesaron los destinos exóticos, ni los grandes centros históricos, ni las mejores ciudades del mundo, ni el arte. Era más bien un tío cutre vaya.
Y así llegó a los 55 años de edad, sin pena ni gloria, y de un infarto, tal y como vino se fue, sin causar ningún revuelo. O al menos eso pensamos todos hasta que su viuda, que tanto se había reido de él, que tan mal le había tratado, quien más le había ninguneado en los últimos treinta años de su insignificante vida, ya casi no salía a la calle con sus modelitos espectaculares que no dejaban indiferente ni al más despistado y nos hacía preguntarnos que coño hacía con ese perdedor. Dejó de teñirse el pelo y de maquillarse, y cada día empezó a parecer poquito a poco más muerta en vida.
Nosotros ya no lo sabremos nunca, pero puede que estuvieramos equivocados con Jesús, al fin y al cabo todo esto sólo eran habladurías, rumores sin fundamento alguno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario