jueves, 15 de mayo de 2014

El mundial, ese negocio criminal, y los cruceros

Ya queda menos. En menos de treinta días medio mundo estará con los ojos fijos sobre una pantalla de televisión. Atentos, casi hipnotizados, detendremos nuestras vidas durante poco más de un mes en una especie de delirio colectivo que comenzará en Sao Paulo el próximo 12 de Junio a las cinco de la tarde.


Las masas enloquecen con el fútbol. Mujeres y hombres por lo general cabales, tranquilos y educados se convierten en seres extraños para sus propios hijos y allegados: gritan, insultan, escupen, lloran, se enervan. En pocas palabras, se vuelven auténticos energúmenos. El partido de nuestro equipo es SA-GRA-DO. A más de uno y más de dos no les sorprendería que alguien se ausentase incluso de la santísima trinidad de la BBC (bodas, bautizos y comuniones) por ver marcar el golazo de la semana a la estrellita de turno. Y es que en este país con el fútbol no se juega.

Imaginemos por un momento que, por alguna razón, se me ocurre querer ir a ver uno de los dichosos partidos del mundial. Por supuesto, no es un ejercicio mental sencillo, también tenemos que imaginar que vivimos en un universo paralelo donde entre los jóvenes de mi edad el paro no es superior al 55% y yo puedo costearme el viaje de mis sueños para ver al guapérrimo Piqué & Co. en acción. Me he informado, los precios oficiales de las entradas oscilan entre los 65 y los 722 euros aproximadamente, dependiendo del partido que desee ver, la localización de los asientos, etc. Multiplíquenlo por el número de individuos en cada encuentro y por el número de partidos y voilá. Sólo con las entradas, la FIFA ya se embolsa millones y millones de euros. Nada que no supiéramos ya. Pero me ha dado por seguir pensando en mi viaje a Brasil y me he acordado de algunas otras cosas que también sabemos, pero que no está de más recordar.

En el mundial del 2010 las malas lenguas decían que nuestros campeones de la roja se embolsaron 550000 euros por barba (sin tener en cuenta extras, campañas publicitarias, patrocinadores y demás, que sino las cantidades se nos van de madre). El currante medio español cobra según el INE 22.790 euros brutos al año.

Según el diario Argentino Infobae, el coste de la construcción y remodelación de los 12 estadios que serán sede en el mundial de Brasil se ha disparado a 3000 millones de euros, cantidad cuatro veces superior a la estimada inicialmente por la FIFA y que supera, y por mucho, lo invertido en Sudáfrica y Alemania juntas. Obras que, por cierto, no han estado exentas de tragedias humanas que no hacen sino dejar en evidencia la falta de medios y/o la falta de interés en el capital humano del gigante latinoamericano. Por si esto no fuera suficiente, los casos de corrupción no dejan de sonar: empresas privadas que generosamente aumentan contribuciones a cambio de adjudicaciones, financiación a cargo de los contribuyentes...un escándalo silenciado.

Es cierto que no todo va a ser drama en la gran fiesta del deporte estrella, no niego que generará miles y miles de empleos y dejará millones de euros en el país. Lo que no tenemos tan claro es quién sacará provecho de este dinero. Las grandes empresas que se beneficiarán de la Copa Mundial
prefieren no pagar impuestos sobre esos beneficios en el propio Brasil, dejando así el país con una deuda inasumible.

Entre otros sectores, uno de los más beneficiados, sin duda, será la prostitución. La trata de blancas es el tercer negocio que más dinero mueve tras las drogas y las armas y los grandes eventos deportivos generan un inmenso y deplorable número de consumidores de la versión más sucia, lamentable e ilegal de la profesión más antigua del mundo. Porque no nos equivoquemos, las mujeres que se dedican a esto y ejercen por amor al arte, son las menos.


Por otro lado, no es ningún secreto la “limpieza” de favelas que se está llevando a cabo de un tiempo a esta parte. Se estima que unas 150000 personas han sido y serán desahuciadas para la celebración del mundial, al igual que miles de vendedores ambulantes se quedarán sin forma de ganarse el sustento en favor de los derechos exclusivos de venta de los patrocinadores. Por no mencionar los famosos acuerdos de la policía con los cárteles de la droga y los asesinatos de menores denunciados recientemente por el periodista danés Mikkel Jensen, “para que los turistas no vean las vergüenzas del país”.

La lista sigue y sigue. Pero una de las consecuencias que, probablemente, quede más en evidencia tras este tipo de eventos deportivos, y al igual que ocurre con las olimpiadas, es el abandono de las instalaciones construidas (y derramando sangre por el camino) para convertirse en “bañeras enormes” que son económicamente insostenibles por las ciudades anfitrionas. Como ejemplo, vaticino la debacle del estadio de Brasilia, el más caro de los que han sido construidos y el segundo más caro del mundo, para una ciudad que ni tan siquiera tiene un equipo profesional de envergadura. Lamentable. Casi tanto como la inminente explosión de una burbuja inmobiliaria que se ve venir desde hace tiempo y que dejara al país en un estado más deficitario aún, si cabe.

Y esto es sólo el principio. La organización suiza Solidar, publicó un informe muy interesante sobre las diferentes vulneraciones de derechos humanos que se están cometiendo desde la FIFA, con la estrecha colaboración del gobierno de Brasil y de todos nosotros, espectadores fieles de la copa del mundo. Os invito a que le echéis un ojo vosotros mismos (http://www.solidar.ch/data/0DF06392/Fifa_Dossier_Spanish.pdf).

Con todo esto se me han quitado las ganas de irme de viaje a Brasil a ver el mundial. Pero, como ya he dicho, no es nada nuevo. Cada 4 años nos enfrentamos a la misma historia. O más bien cada dos: olimpiadas, copa del mundo, olimpiadas, copa del mundo... y el único resultado objetivo es la inversión de miles de millones de euros cada vez, con beneficios que vuelven a las mismas manos de siempre a modo de boomerang. Se me ocurre otro ejercicio mental; imaginar que pasaría si invirtiéramos la misma ingente cantidad de dinero en intentar mejorar la calidad de vida real de los brasileños, atajando los problemas reales de los verdaderos ciudadanos.


No quiero criminalizar el fútbol como tal. Como tantas otras cosas, esta exento de valor moral, es el uso que nosotros hacemos de él lo que lo convierte o no en algo condenable. Y lo que quiero condenar es la gestión que la FIFA hace del mundial de fútbol. Quiero condenar la ceguera voluntaria y completamente reversible que padecemos todos durante estos enormes eventos deportivos. Quiero condenar que a pesar de que todos sepamos lo que está ocurriendo, nos de exactamente igual y sigamos yendo al bar todas las tardes del mes de junio a tomarnos unas birras, echarnos unas risas y, ya de paso, transformarnos en pequeños tiranos patrióticos al servicio de este gran negocio.

A mi me ocurre como con los cruceros. Siempre quise ir a uno. Sol, relax, mojitos en la cubierta y lugares maravillosos. Parece idílico. Pura apariencia. Tras esa fachada maravillosa descubrimos una sucia (muy, muy sucia) realidad: 1000 toneladas diarias de residuos arrojadas al océano (aguas grises, negras y oleosas, basura y residuos sólidos, restos de pintura, pilas, material médico, agentes de limpieza...). Y resulta que yo no quiero ser participe de ello.

Tristemente, no hay mucho que desde mi insignificancia pueda hacer al respecto. Empezaré por tres cosas: escribir este artículo, no irme de crucero este verano y pasar del mundial.