domingo, 31 de agosto de 2014

La pérdida


Coge la copa con la mano izquierda y la acerca a sus labios.
El vino acaricia suavemente su paladar. Lo mantiene un rato en la boca antes de tragarlo. Le gusta el sabor. O más bien, le gusta la sensación ligeramente amarga que este deja cuando al fin lo traga.
Piensa en ello. Piensa en todas las cosas que causan esa misma sensación cuando, tras un breve lapso de tiempo, desaparecen. No sabe muy bien por qué, casi todo lo que ha amado ha desaparecido con el tiempo.

Está sentada sobre una silla de mimbre azul. Tiene las patas de madera maciza. Le gusta la silla, le recuerda a las hamacas de casa de su bisabuela. Esas que la arroparon en las largas tardes de verano en Biarritz; cuando el futuro estaba en su sitio y la calidez de los seres amados se daba por supuesta. Han sido demasiados los amaneceres en soledad desde entonces, sin embargo. La vida hace tiempo que le dejó de parecer azucarada y de colores.

Ya no queda casi nadie en la calle. Este otoño prematuro en una gran ciudad mucho más al norte que su tierra natal, no invita a esas largas veladas nocturnas que tanto le gustan. El viento mece las ramas de los árboles y sus hojas caen inertes sobre las baldosas que las han visto resplandecer en días mejores. Su piel, también marchita, se estremece sólo de pensar en la desnudez de esos árboles que, al igual que ella, pasarán los próximos meses echando de menos el calor de quien los había abrazado en un pretérito pluscuamperfecto.

Un hombre pasa a su lado. Durante unos segundos, se miran fijamente a los ojos. Se intuye una sonrisa en su mirada. Un calor que creía perdido corre por sus venas. Para cuando quiere darse cuenta, ha desaparecido; no queda ni rastro de él en las desiertas calles. Apura rápidamente su copa de vino. Una gota colorada ha caído sin quererlo sobre su camisa de seda nueva.

Sale en su busca, quiere rogarle en un grito de miel que se quede con ella, que no la deje sola. Pero un soplo de aire fresco le recuerda que ya casi es otoño, que hace frío allí afuera y que las sábanas de su cama la esperan congeladas, muertas de aburrimiento, en su habitación vacía desde hace ya demasiado tiempo.

Es la ciudad de los rostros sin nombre; la ciudad de las almas anónimas.

domingo, 10 de agosto de 2014

Maita nazazu ozen


Maita nazazu arin,
zukua atera orain hozkailuan dauden limoi guztiei.
Maita nazazu astiro,
nekez gelditzen den arren hare pixka bat erlojuaren goiko aldean.
Maita nazazu orain,
etorkizuneko bideetan galdu gaitezke eta.
Maita nazazu gozo,
marrubi gominola zaporearekin busti nazazu.
Maita nazazu gogor,
ez izan zure besarkadekin itotzearen beldur.
Maita nazazu osorik,
hartu ezazu nire azaletik isurtzen den esentzia.
Maita nazazu tarteka,
airea igaro daitela gure arnasen artetik.
Maita nazazu suabe,
nire buruarekin oztopatu eta min hartu ez dezazun.
Maita nazazu soilik,
barre ozeano baten bainatu gaitezan.
Maita nazazu bustirik,
utzi dezagun izaren arteko itzalek menperatu gaitzaten.

Maita nazazu goseti,
maita nazazu ase.
Maita nazazu nahi duzun moduan,
baina maitatu.
Maita nazazu atzo,
beharbada bihar beranduegi da eta.