sábado, 24 de septiembre de 2011

Es cuando no te lo esperas que las cosas ocurren. Y digo cosas cuando en realidad estoy intentando decir momentos. Momentos, cosas, ocasiones, oportunidades, puertas que se abren y se cierran, personas, instantes, circustancias...que más da. La famosa (¿o debo decir dichosa?) Ley de Murphy actúa cuando menos te lo esperas.
Me escondo en el otro lado, en el fondo del cajón. Y además he echado la llave. Dos vueltas, por si con una no bastara. Por lo pronto, ya he sacado mi cabeza del cascarón, que no es poco. Y, por supuesto, quedan un montón de cosas por tachar de mi lista. Que no cunda el pánico. Las ganas aprietan, pero no tengo prisa. Como siempre, el tiempo dirá, aunque no sé si esta vez el tiempo recolocará a cada cual en su lugar.



Quiero aprender a nadar. Pese a que nadie me sujete en los primeros intentos ni me ayude a mover los brazos.
3, 2, 1...
Comenzamos.

viernes, 9 de septiembre de 2011

The what-ifs and might-have-beens


22:32. Me pregunto donde está. Otros días a esta hora ya lleva varios minutos sentada en la mesa junto a la ventana. Siento la ansiedad y el nerviosismo crecer en mi interior.

22:41. Tic-tac. Tic-tac. Quizás se haya ido. Quizás se haya marchado para siempre. Recuerdo la primera vez que la vi hace ya dieciseis noches. Desde entonces ha venido a diario excepto hoy. Recuerdo el suave taconeo que hizo que levantara mis ojos y los dirigiera hacia la entrada. Ahí estaba ella. Maravillosa. Un sencillo vestido negro por encima de las rodillas, un colgante escueto con una piedra turquesa reposando sobre sus hermosos pechos. El pelo, castaño claro, aclarado por los rallos del sol seguramente, suelto, cayendo sereno sobre sus hombros bronceados. En los brazos sólo un reloj plateado contrastando con el bello color de su tersa piel y la sobriedad de unas manos de largos y finos dedos carentes de cualquier adorno a excepción de la laca de uñas roja. Pero, sobretodo, y fue esto lo que nublo mi juicio y sentido común desde el principio, aquella sonrisa serena cuando se acerco a la barra mirándome directamente a los ojos. Ni demasiado grande, ni demasiado pequeña. Natural, real.
De este modo nos aventuramos (o más bien yo lo hize, pues ella en ningún momento se puso ni mínimamente tensa o nerviosa, tan segura de si misma y tan conocedora de ese encanto y esa belleza tan suya que paseaba sobre aquellas sandalias marrones de tacón alto y finas tiras rodeando sus empeines de ensueño) en la conversación fría y rutinaria que se repetiría durante las siguientes quince noches y que yo recordaría y reviviría una y otra vez hasta la noche siguiente mientras contaba cada minuto que me faltaba para volver a verla. "¿Qué desea tomar, señorita?"

22:55. La esperanza se desvanece poco a poco y el impulso automático y continuo que hace que mire la puerta cada tres segundos comienza a apagarse al mismo tiempo.

23:20. No va a venir. Es el fin.

02:00. Hora de cerrar. No ha aparecido. Es posible que ya nunca vuelva a verla. Es posible que se haya cansado de este estúpido juego. Me maldigo en silencio. Maldigo mi cobardía y la falta de valor. Comienzo a imaginar aquello que desearía que hubiera sido, pudo haber sido y no fue.