martes, 13 de julio de 2010

Les émotions d'aujourd hui


La centenaria anciana miró desde las penumbras al hombre que no fue y pudo ser el auténtico amor de su vida, quien más amó en silencio en este mundo infiel y se sinceró entonces ante la muerte como no se atrevió jamás en vida.
Le contó la historia del conejo blanco al que tanto quiso. Sus miedos, la cobardía y el deseo oculto en todos sus reproches. Las mentiras. La felicidad mundana hasta el final. Los pecados ocultos. Los primeros recuerdos inconexos de su mundo interior. Las madalenas de chocolate y crema y la sopa de nueces.
 Toda una vida de lamentos secretos mientras la única verdad que conoció, la tan irreal por tan absoluta que fue, la llevó sujeta al filo de la amargura. Y con la soledad que tan bien conocen aquellos que acompañan su alma de falsas amistades, aquellos que creen no estar solos, los ciegos sociales, caminó por diversos, y floridos, y desiertos, y verdes, y, sobretodo, solitarios senderos.
Tuvieron que caer Sanson y todos los filisteos, antes de que aquella vieja moribunda y ciega, dejara la soberbia, dejara el honor y el orgullo, dejara las apariencias para exhibirse desnuda por primera vez ante una tumba, aunque ya no tuviera sentido. Y derramó una lágrima de hiel al tiempo que exhalaba su último aliento para morir de amor en los brazos de quien más odió aún en vida.

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