martes, 17 de febrero de 2015

¡Ay! el timing; el timing lo es todo.

Raphaella Rosella

TIMING. Me gusta la palabra. La considero (que es una palabra) útil. Sin embargo, me resulta difícil darle una definición concreta sin recurrir al diccionario. Tiene que ver con la temporalidad. Con hacer las cosas en el momento preciso, a su debido tiempo. Ni un segundo más, ni uno menos; ni un poco antes ni un poco después.
Pienso mucho en el timing. El mío está estropeado y pienso en el de la manera en la que una piensa en las cosas que no tiene, pero que le gustaría tener. Es decir, demasiado. Igual que se sueña con el novio que no se tiene, con el trabajo de los sueños, un viaje alrededor del mundo que no se ha hecho o unas tetas dos tallas más grandes.
De esta manera pienso yo en el timing.
Tiendo a hacer las cosas un poco demasiado pronto. Soy hija de la impaciencia. Llego con antelación la gran mayoría de las veces. Quiero recoger los frutos antes de que maduren y, por supuesto, luego no me sientan nada bien y vomito durante una semana entera. Entonces, me digo a mi misma, repetitivamente, como un mantra, que la paciencia es la madre de la ciencia. Inevitablemente vuelvo a ir mal de tiempo.
No digo lo que pienso cuando pienso que es conveniente porque creo que, como casi siempre, estaré yendo demasiado deprisa. Sólo para darme cuenta, demasiado tarde,  que esta vez, no las anteriores ni las posteriores (a las que seguro he llegado o llegaré con antelación), voy con retraso y que eso que al fin digo debería haber sido dicho no hace tres minutos, sino hace tres semanas. Esta vez, para cuando me he acercado al árbol en busca de mi recompensa, todo el mundo ha pasado ya por allí y se lo ha llevado todo.
A esto me refiero, pues, cuando digo que tengo el timing estropeado. Me parece que lo hago todo muy pronto o muy tarde: estoy en el lugar equivocado en el momento oportuno.
¡Qué cruz la mía!

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