viernes, 8 de mayo de 2009

Elemental, querido Watson.


Se mira en el viejo espejo de la sombría habitación y, por primera vez desde que ingresó, se da cuenta de su aspecto débil y terrorífico y del sosiego que reina en todo el edificio: solamente se oye un televisor que anuncia, un par de habitaciones más al fondo, las noticias del mediodía y de vez en cuando el sonido de las pisadas insonoras de las muertas vivientes que pasean por los pasillos impolutos y solitarios.

Nunca ántes se había percatado del poder del silencio. Según ella lo hacen queriendo, pero no para que descansen, sino para que se sientan mal, se angustien y oigan incluso los latidos de sus corazones marchitos. Todos están en su contra, le mienten y se rien de ella a sus espaldas; le engañan y le desean el mal. Pero no conseguirán que sea una vaca sebosa. Oh, no. Ella sabe que sólo se lo dicen porque le odian; odio y envidia.

Pero hoy es diferente, tras un año y cuatro meses ingresada en el ala este de psiquiatría y a las puertas de la muerte, se encuentra por primera vez con el responsable de su paulatino y mordaz asesinato. Sabe que no le queda mucho tiempo de vida y utiliza sus últimas fuerzas para enfrentarse a su fantasma, a su enfermedad.

Se mira en el viejo espejo de la sombría habitación, pero por primera vez el sentimiento de lástima hacia sí misma, un ápice de arrepentimiento, ocupa el lugar del orgullo y la falsa felicidad. No se reconoce, y en ese último camino hacia la muerte no ve ninguna luz al final de un túnel, únicamente la silueta consumida de una niña que no supo quererse.

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