Habían pasado muchos años desde aquellos en los que parecía que nadie se interpondría en su camino. Ya no era la misma de entonces, las personas cambian. Ya lo decía Pablo Neruda "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos" y aunque hace apenas unos años nadie lo diría, aquella mujer que prometía devorar a quien se interpusiera en su camino e irradiaba fuerza y seguridad donde quiera que estubiese, se encontraba sometida al más doloroso, injusto y humillante de los sufrimientos, aquel que se sufre en silencio. El dolor mudo, la soledad sorda y la pena infinita.
Pronto el estar abrazados viendo el sol nacer, los besos inquietos bajo las sabanas y las sonrisas complices dejaron lugar al exceso de confianza, al olvido de la necesidad de cuidar el amor y al final, al primer insulto y la duda, al primer empujón y la verguenza, y al primer puñetazo y el terror.
Y lo peor, lo que nunca se perdonaría a si misma, es que a pesar de todo el daño causado y todas las héridas que aún quedaban por cicatrizar,él y sólo él era el amor de su vida, el hombre que amaría hasta el día de su muerte, que ya no debía estar muy lejos. Porque como decía Gabriel García Márquez "la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado" o en su caso, la vida misma, el día a día.