viernes, 5 de febrero de 2010

Pain On Pain.

Sus grandes ojos verdes destilaban confianza, ternura y belleza por doquier. Aquella mañana estaba especialmente bella, con un pañuelo floreado que le cubría el cabello impidiendo que se posara sobre su rostro, de suaves facciones, nariz pequeña y boca perfecta, con el viento del noroeste de aquel maldito quince de Enero. Llevaba meses reuniendo el valor necesario para decirmelo, para que no se le atragantasen las palabras, y sólo Dios sabe el miedo que escondía tras esa mirada penetrante y decidida.
Me abrazó fuerte, como la enamorada que despide a su hombre que marcha a la guerra, como la madre que abraza a su hijo recién nacido, como quien despide a un ser querido en su lecho de muerte...como quien quiere memorizar cada segundo porque sabe que no habrá jamás otro igual.
Posó su delicada cabeza sobre mi hombro y yo sentí como su delicioso olor se colaba en mi interior; sentí su respiración en mi nuca; y aunque no podía verlo, supe que por su mejilla deslizaba una lágrima, la primera y la última que derramó en mi presencia.
Y comenzó a hablar susurrándome al oído. Me habló de esperanza, de respeto, de confianza, de admiración... y sobre todo de amor.
Cobarde de mi, en aquel momento no sabía lo que estaba haciendo. Deseé con todo mi ser quedarme junto a ella y decirle que yo también la quería como nunca había querido a nadie, pero en lugar de eso, alguien cobarde que temía hacerse daño, alguien a quien le aterraba querer por encima de uno mismo a otra persona, habló por mi y le contó una sarta de mentiras mientras por dentro se me resquebrajaba la vida. Maldito idiota.

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