Me abrazó fuerte, como la enamorada que despide a su hombre que marcha a la guerra, como la madre que abraza a su hijo recién nacido, como quien despide a un ser querido en su lecho de muerte...como quien quiere memorizar cada segundo porque sabe que no habrá jamás otro igual.
Posó su delicada cabeza sobre mi hombro y yo sentí como su delicioso olor se colaba en mi interior; sentí su respiración en mi nuca; y aunque no podía verlo, supe que por su mejilla deslizaba una lágrima, la primera y la última que derramó en mi presencia.
Y comenzó a hablar susurrándome al oído. Me habló de esperanza, de respeto, de confianza, de admiración... y sobre todo de amor.
Cobarde de mi, en aquel momento no sabía lo que estaba haciendo. Deseé con todo mi ser quedarme junto a ella y decirle que yo también la quería como nunca había querido a nadie, pero en lugar de eso, alguien cobarde que temía hacerse daño, alguien a quien le aterraba querer por encima de uno mismo a otra persona, habló por mi y le contó una sarta de mentiras mientras por dentro se me resquebrajaba la vida. Maldito idiota.
Enorme,para quitarse el sombrero.
ResponderEliminarSaludos!