domingo, 16 de mayo de 2010

Me pido ser copiloto de aquí a la eternidad.


Sin una carta de despedida, una nota, un adiós, un aviso, una mirada. Ni palabras, ensordecedoras ni mudas, desagradables, cariñosas, emotivas, precisas, justas, crueles, frías o distantes. Sin sonrisas, sin lágrimas, sin abrazos, sin besos, sin malas caras, sin gestos dolorosos. Ni venganzas, ni juegos. Sin tonterias.Sin explicaciones. Se fue sin más.Sin gritos ni largos silencios. Sin segundas oportunidades, reconciliaciones, lamentos. Sin agonías o esperas. Y sin mirar atrás. Se fue para no volver. Por eso cuando metió la llave en la cerradura de aquella puerta que jamás había dado portazos, que jamas había sido respaldo de nadie para llorar, que jamás había visto a nadie dudar para atravesarla por ese miedo que tienen los que dan un trato injusto al amor, y no sintió el aroma dulce de quien espera al otro lado de la puerta, constante, espectadora fiel de la parodia de la vida, pero siempre amable, precisa, perfecta, fiel, seductora y sonriente, supo que ya no volvería a cruzar aquel umbral.

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