lunes, 25 de octubre de 2010

La niña que no podía dormir por la noche y luchaba contra el peso de sus párpados por la mañana.

Ocurre que a veces las mantas pesan demasiado sobre su cuerpo cansado y empieza a dar vueltas y vueltas en la cama hasta que las sábanas consiguen abarcar más espacio del que les corresponde y sus piernecitas empiezan a ahogarse a una temperatura de unos cincuentaycinco grados centígrados (o eso es lo que a ella le parece vamos). Los dos lados de la almohada están excepcionalmente calientes y empieza a darle la vuelta en un intervalo fijo de 5 minutos. Su propio pelo le invade el espacio vital y ya no recuerda si hasta el momento estaba respirando por la nariz o por la boca y se pregunta si su insomnio pasajero, espera, se debe a sus problemas respiratorios causados por la nunca terminable alergia primaveral, que se esta tomando la libertad de operar a tiempo completo los trescientosesentaycinco días al año. Es entonces cuando por motivos evidentes no consigue conciliar el sueño y empieza a imaginar historietas fantásticas, cuentos de hadas con finales maravillosos y siempre muy felices. O incluso historias trágicas de las que, claro está, sale muy bien parada al fin y al cabo. Mierda, piensa. Cada vez son menos las cosas que aún pueden pasar. Porque todo el mundo sabe que las cosas buenas vienen cuando menos te lo esperas, cuando estas fuera de juego, despistada. Si te las has imaginado antes, ya no van a pasar.
Moraleja: no sueñes. O mejor dicho, no flipes guapa.

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