martes, 14 de diciembre de 2010

LA SOLITUDINE DEI NUMERI PRIMI



Con la destreza de quien ha repetido un movimiento automático millones de veces sin ni siquiera darse cuenta de la naturaleza de sus actos. Siendo plenamente inconsciente del giro inesperado, ese rumbo aún incierto que estaba tomando su humilde existencia.
Un día cualquiera, un buen día, de esos que los puede tener cualquiera, se sintió tan, tan, tan, tan lejos de eso que creía ser, aquello en lo que anhelaba convertise que la sensación de hacerse más y más y más pequeño delante del espejo se volvió abrumadora y desapareció en uno de esos espacios ecuánimes y casi imperceptibles para aquellos que él denominaba la gente normal, la media, los que se encuentran en la distribución normal de una media completamente mediocre.
Sin embargo, muchos años después de creer que toda esperanza había caído en el olvido, cuando creía que ya no podría volver al mundo de los que viven felices, ignorantes de su propio destino, desconocedores de la cruda y, a menudo, triste verdad, floreció ella de entre los escombros más miserables.
Y aproximadamente al mismo tiempo se dieron cuenta de que todo lo bueno, lo valioso, lo que merecía realmente la pena poseer, lo tenían gracias a esos espacios equitativos, casi inexistentes por los que él había ganado sus días en las últimas décadas. De la mano, juntos, acompañados por la soledad de los números primos como ellos, pero esta vez con final feliz y lejos de los puentes de Madison County, descubrieron que en los espacios imparciales de nuestros corazones, podemos incluso encontrar un lugar para bailar otra vez.

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