Las agujas de su reloj no dejaban de girar. El tiempo pasó: primero los días, después las semanas y finalmente los meses. Sería la última vez y él lo sabía. Una última oportunidad. O quizás no. Puede que, de todas formas, sus vidas vuelvan a cruzarse en un futuro. O puede que no.
De cualquier manera, era ahora o nunca. Un simple gesto. El roce de su antebrazo al pasar a su lado. Una sonrisa complice en medio de aquel gentío. Acariciarle la pierna que descansaba a su lado, a escasos centímetros de la suya. Incluso darle la mano cuando nadie mirara. Cualquier cosa que le hiciera comprender que él seguía allí, esperándola, sintiéndose infiel por no haberlo hecho antes y por haberle regalado a otra todas aquellas caricias que le pertenecían desde el principio solamente a ella.
La última vez. Tic-tac, tic-tac. Los segundos corren veloces en un reloj que parece averiado. La esperanza se desvanece. Adiós. Y ya está, se ha acabado. Sin un abrazo, sin un beso. Con una sonrisa triste y unos ojos que no aciertan a transmitir lo que sienten.
Adiós. Y ya está, se ha acabado.
Urte Berri On.
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