miércoles, 9 de marzo de 2011

Esa amante inoportuna


Años. Se dicen pronto.
Los recuerdos acumulados tampoco dan mucho más de sí. Toda una vida resumida en unas pocas fotografías y en los recuerdos que se pueden almacenar en un espacio mínimo de nuestras frágiles y selectivas memorias.
El tiempo parece no haber pasado para esa moqueta que descansa, rancia, incolora, como siempre, en sintonía con los muebles pasados de moda, cubiertos ahora por una ligera capa de polvo. El periódico de aquél fatídico abríl de hace casi una década, un 22 grís, triste, nuevo comienzo, final de era, sombrío, aterrador. Unas galletas María empezadas donde tú las dejaste cuando saliste, sin quererlo ni saberlo, para no volver más. Caducaban en el año 2003. El mismo olor en los armarios cerrados a cal y canto. Una nota escrita a mano que nadie se ha atrevido a mover porque es lo último que dejaste: un número de teléfono escrito deprisa y corriendo en un trozo de papel de color rosa palo.
Siento que un escalofrío recorre todo mi cuerpo, me estremezco y lucho por no derramar ni una sola lágrima. Me pregunto, de pronto, qué es lo que ha estado haciendo allí todos estos años. Y me lo imagino simplemente estando allí, absorbiendo el dulce olor a hogar, a familia, a amor. Me lo imagino con miedo a limpiar, a tirar lo que ya nadie va a utilizar, por miedo a enfrentarse a la realidad: que ya no queda nadie allí. Me lo imagino aguantando la respiración, para no contaminar el aire puro y ausente de esa irrealidad. Pero sobretodo, me lo imagino llorando, aferrándose a esa memoria frágil y selectiva, impidiendo que se borren sus primeros años, los recuerdos más queridos, temiendo el día en el que será necesaria una fotografía para recordar como eran sus rostros delicados, ancianos, jóvenes.

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