miércoles, 1 de abril de 2015

Adán y Eva, placer, sabiduría y felicidad.

Adán y Eva desafiaron a Dios en su mandato de no tomar nada del árbol de la sabiduría y renunciaron así a una existencia cómoda y en armonía con el mundo, con aquel paraíso, el jardín del Edén, que brotaba a su alrededor. Sólo les habían puesto una condición para seguir siendo felices y poder vivir en prosperidad y abundancia, no comer la maldita manzana que colgaba de aquel árbol tan esplendido. No obstante, humanos como eran, e ignorantes además, pues tenían todo lo que se puede desear a su disposición menos conocimiento o sabiduría, se dejaron engatusar por la serpiente y acabaron pecando. Yo a la serpiente me la imagino como al típico amigo regordete, un poco idiota, ese que no te acaba de caer del todo bien, pero que, como conoces de toda la vida, tienes que llamar para las cañitas de rigor del viernes por la tarde-noche. Así me imagino yo pues a la dichosa serpiente, diciendo: NO HAY HUEVOS. A Adán, es casi como si lo estuviera viendo, con el orgullo herido: que no…
Después, como ya sabéis, empezó el bucle de decadencia. Al comer la manzana, los dos enamorados ganaron conocimiento, pero también empezaron a cambiar otras cosas: comenzaron a sentir vergüenza ante la propia desnudez de la que acababan de percatarse y poco a poco dejaron atrás la armonía y el bienestar…el PLACER en mayúsculas. Dios montó en cólera y los expulsó para siempre del Edén poniéndoles de patitas en la calle, en un mundo cruel y salvaje. A juzgar por cómo nos ha ido desde entonces, a veces creo que se desentendió de todos nosotros para siempre jamás.
La moraleja, al contrario de lo que nos hacían creer en las clases de religión del cole, es que el conocimiento es peligroso. Dios ya nos lo advirtió: el saber resulta en vergüenza, miedo y alienación y los humanos somos más felices sin él.
Qué interesante.



En 1916 Bertrand Russell nos regaló una reflexión que guardo con cariño y releo de tanto en tanto. Habla del temor que profesamos al pensamiento. El pensamiento que califica de subversivo y revolucionario, destructivo y terrible. Dice: “¿Debe el trabajador pensar libremente acerca de la propiedad? Entonces, ¿qué nos ocurrirá a nosotros, los ricos? ¿Deben los jóvenes, hombres y mujeres pensar libremente acerca del sexo? Entonces, ¿qué ocurrirá con la moralidad? ¿Deben los soldados pensar libremente acerca de la guerra? Entonces, ¿qué ocurrirá con la disciplina militar? ¡Basta de pensamiento!”
Ese último ¡Basta de pensamiento! que tan bien suena en mis oídos y que tan bien se refleja en mis pupilas al leerlo, me resulta una mera reminiscencia de aquellas palabras del mismísimo Dios Todopoderoso: ¡Basta de conocimiento!

Somos felices de niños. En teoría al menos. La mayoría al menos. Ajenos al mundo vil e injusto que nos rodea al otro lado del velo de ignorancia que cubre nuestros rostros y edulcora nuestros días. Después, crecemos y empezamos a plantearnos algunas cosas, nos hacemos preguntas…en resumen: dudamos. En teoría al menos, la mayoría al menos. Dudamos de los cimientos de una realidad que ya no se sostiene del todo. Y esto, amigos míos, no sólo no le conviene a quien está en el poder, que preferiría que viviéramos en el desconocimiento, en las sombras, respecto a lo que verdaderamente se gesta en los círculos selectos, incluso demoniacos, que manejan nuestros hilos de títeres sin cerebro, sin opinión, sin voluntad. Esto, tampoco nos conviene a nosotros mismos que vemos nuestra felicidad mermada a medida que conocemos más, a medida que ponemos en evidencia los colapsos de un sistema que ya no da más de sí, de una manera de hacer las cosas que sólo busca el bien egoísta y único de quien nos maneja desde arriba.
Y es ahora, en este punto concreto del torrente de pensamientos, cuando una pregunta toma forma de pronto, casi hasta puedo verla: ¿quiénes son ellos? ¿No somos nosotros mismos los que alimentamos el círculo, los que nos empeñamos en formar parte del juego? Me parece que también cae sobre nosotros parte de la responsabilidad…
Pero me estoy poniendo conspiranóica y me estoy alejando del tema en cuestión, que era y sigue siendo: ¡lo felices que son los idiotas! Mon dieu, cuántos quebraderos de cabeza, cuánta angustia, cuántas ganas de llorar sofocadas si tan sólo…tan sólo… ¡fuéramos imbéciles!

Sin embargo, no podemos negar la evidencia. Nuestra humanidad, aquello que nos diferencia de los animales y las bestias, aquello que nos eleva y nos hace grandes, ¿no reside acaso en nuestra capacidad para pensar, nuestra ansia de crecer y nuestras ganas de aprender? El conocimiento es poder y el pensamiento, también en palabras del bueno de Bertrand, es grande, y veloz y libre, la luz del mundo, y la principal gloria del hombre.

Así que la cuestión se reduce a preguntarnos si queremos saber o si preferimos ser bobos contentos. Es legítimo, de verdad que lo es. Pero una vez que emprendes el camino de la duda ya no hay vuelta atrás. No puede uno dejar de pensar de repente. No se puede dejar de pensar porque sería como dejar de ser.



¡Ay!. Yo ahora no puedo dejar de preguntarme que hubiera pasado si Adán y Eva hubieran preferido renunciar a aquella manzana. Si Adán no hubiese tenido huevos…

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