miércoles, 8 de abril de 2015

¡Clak! Stop.


Ya débiles, los escasos rayos de sol de una extravagante jornada se arrastraban entre las fachadas tímidamente azuladas de los edificios. Pequeñas casas alineadas. Costado pegado a costado. Rechonchas a su manera y construidas hace más de un siglo; magníficas, señoriales. No obstante, algo marchitas ya, algo quemadas a fuego lento por el pasar hiriente de los días fatigosos. Y también alegres y sabias por las caricias calmadas y amables de los atardeceres cómo aquel.

Los espesos chocolates con churros los domingos.
El tiempo rebobinado. Stop; todo, desde el principio. Dámelo, es mío.
¡Clak!
1998; los granos de arena ahogados en la bañera, estancos, inmóviles antes de desaparecer en la nada para siempre tras un bendito día en la playa.
Empecemos otra vez. Despacio, baja a primera. Susurra con tus latidos. Dime.


Los rayos de sol te atraviesan la cara y te lamen por dentro. Mmm. Las sombras se calientan. Las guerras y el hambre se consumen un poco. El mal permanece, pero no prevalece. Y es que hoy, ya débiles, pero los escasos rayos de luz de una extravagante jornada se arrastran entre las fachadas tímidamente azuladas de los edificios…

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