Ya débiles, los escasos rayos de sol de una extravagante
jornada se arrastraban entre las fachadas tímidamente azuladas de los
edificios. Pequeñas casas alineadas. Costado pegado a costado. Rechonchas a su
manera y construidas hace más de un siglo; magníficas, señoriales. No obstante,
algo marchitas ya, algo quemadas a fuego lento por el pasar hiriente de los
días fatigosos. Y también alegres y sabias por las caricias calmadas y amables
de los atardeceres cómo aquel.
Los espesos chocolates con churros los domingos.
El tiempo rebobinado. Stop; todo, desde el principio.
Dámelo, es mío.
¡Clak!
1998; los granos de arena ahogados en la bañera, estancos, inmóviles
antes de desaparecer en la nada para siempre tras un bendito día en la playa.
Empecemos otra vez. Despacio, baja a primera. Susurra con
tus latidos. Dime.
Los rayos de sol te atraviesan la cara y te lamen por
dentro. Mmm. Las sombras se calientan. Las guerras y el hambre se consumen un
poco. El mal permanece, pero no prevalece. Y es que hoy, ya débiles, pero los
escasos rayos de luz de una extravagante jornada se arrastran entre las fachadas
tímidamente azuladas de los edificios…
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