martes, 29 de diciembre de 2009

Жизнь

Iba a ser uno de esos días que permanecen en la memoria de quien los protagoniza para siempre. Uno de esos días que tantas veces había imaginado. Se levantó muy temprano aquella mañana aunque le quedaban muchas horas aún para "su momento de gloria", pero los nervios le impedían descansar al igual que le impidieron probar bocado durante todo el día. Contó las horas eternas una a una, como un niño que espera ansioso los regalos del Olentzero. Y por fin llegó la hora de empezar a prepararse: se duchó pacientemente, se vistió con un vestido negro precioso que le había prestado su mejor amiga para la ocasión y que además le hacía parecer más delgada y estilizada, se maquilló poco a poco y con mucho cuidado buscando el punto intermedio entre ir demasiado informal y parecer una guarra, y se subió en unos tacones de doce centimetros. Por un momento pensó en cambiarse de zapatos cuando su acompañante ya le estaba esperando para acudir a su cita, pero se dijo a si misma que ese día quería estar estupenda y que la ocasión lo merecía, estaba dispuesta a soportar el dolor de pies al día siguiente.
De modo que allí estaba ella, sentada en una butaca roja y rodeada de cientos de personas igualmente nerviosas y pulcramente vestidas. Las manos le sudaban y su corazón latía tan velozmente y con tanta fuerza que pensó que no sería capaz de caminar en linea recta y sin tropezar hasta el micrófono. Pero por fín llego su hora, y entre aplausos comenzó, nerviosa, a hablar:


"No queremos ser uno más, ser iguales que el resto de la gente, pero irremediablemente todos tenemos algo en común que nos une y nos iguala: el dolor. Puede que muchos no conozcamos ni aprendamos jamás qué es el amor, pero el sufrimiento lo experimentamos todos nosotros en algún momento de nuestra vida. Sí, hay diferentes grados de dolor, y muy diversos motivos por los que padecerlo, pero para quien no conoce el horror, el sufrimiento máximo será aquel que a otro le parecería un mal menor, y no por ello resultará más llevadero a quien lo sufre.
La pérdida de una persona sin la cual no podemos concebir nada que se asemeje lo más mínimo a la felicidad, la impotencia ante una situación de injusticia, el desamor que hace que nos falte el aire o la enfermedad que nos va pudriendo por dentro cuando aún nos queda tanto por vivir.
Y sé que soy una de esas personas de este miserable planeta que ha tenido la suerte de nacer en el hemisferio correcto, en el país correcto y en la familia correcta. No hablo desde luego del completo bienestar ni de la perfección, pero me abruma el saber que teniéndolo todo para ser completamente feliz, demasiadas veces mi vida carece de sentido o se encuentra en una especie de punto muerto en el que me convierto en una espectadora ausente en mi propia realidad. Prefiero en esos momentos agarrarme al dicho francés "c'est la vie", pero cada vez me resulta un soporte más flojo e inseguro.
En realidad es fácil, con un poco más de corazón y un poco menos de pudor. Pero tengo miedo al fracaso, a decepcionar a los demás, a estar alejandome cada vez más de esa maldita perfección. Y cuanto más miedo tengo, peor juego mis cartas, más me desespero.
En realidad es fácil, con un poco más de corazón y un poco menos de pudor. Y llegará el día en el que una de esas personas que me da la vida ya no esté, pero en mi corazón al menos habrá paz (además de dolor) por haber aprovechado cada estúpido momento compartido con ella; llegará el día en el que una enfermedad amenace mi existencia; pero tendré paz gracias a la certeza de haber invertido lo mejor posible todo mi miserable tiempo; y cuando luche contra alguna injusticia, aunque sea una causa perdida, tendré paz por saber que luché dignamente desde las majestuosas fuerzas de la verdad, la justicia y el amor infinito por la vida.
Sé que habrá momentos de flaqueza, de ira, de malestar y decepción, de soledad y tristeza...pero todo ello es parte de nosotros y si tenemos la capacidad de sentir dichas emociones en las que sin duda interviene alguien más que nosotros mismos, quizás sea que tampoco somos tan egoístas, quizás sea que los demás nos preocupan algo, un mínimo, que todavía hay esperanza y que un mundo mejor es posible. O simplemente sea que es parte necesaria de nuestra vida, necesaria para comprender este mundo loco, las difíciles relaciones entre seres humanos y a nosotros mismos."

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