viernes, 16 de abril de 2010

La degradación de los ríos, la educación y las palomas

En esta variante indeseable de un supuesto progreso. Donde antes los niños contaban peces y veían el agua correr veloz para desaparecer más allá de los edificios de hormigón, hoy encuentran ríos secos con decenas de envoltorios, bolsas y demás plásticos. Donde tantas veces jugué a dar comida a los patos, sólo quedan rincones sucios, llenos de inscripciones emborronadas que juran amor eterno o se cagan en esta puta sociedad. Ese lugar donde ahora los niños ya no pueden ir, ese mismo lugar idóneo para fumar unos porros o follar de madrugada.
En esta variante indeseable de un supuesto progreso. Donde con diez años saben desmontar un ordenador y volver a montarlo y se conocen al dedillo todos y cada uno de los secretos del ultimo videojuego de la PlayStation noventaynueve, pero no entienden conceptos como respeto. Donde en las escuelas se aprenden lenguas ajenas y se olvida la necesidad de amar y cuidar la propia.
En esta variante indeseable de un supuesto progreso. Donde las palomas empiezan a darme miedo por volar cada vez más bajo y reaccionar cada vez más lento. Donde pronto encontraremos pececillos de tres ojos, y gatos callejeros de cinco patas y dos colas.
Si esto significa progreso, por favor, que alguien invente una máquina para retroceder en el tiempo.

martes, 13 de abril de 2010

Historia de una hache que no quería ser muda.

Contra todo pronóstico descubrió que todo cuanto necesitaba era darle al off y pasar unos días completamente desconectada de todo ese barullo, tanto interior como exterior, que golpeaba su frágil cabecita desde hacía ya tiempo. Empezó, entonces, a bailar moviendo los hombros de nuevo y a reírse “tipo loca”. Hacía mucho que no escuchaba aquel sonido descarado y comprobó por fortuna que, en efecto, seguía teniendo aún sus poderes de risa contagiosa. Qué gracia cuando se dio cuenta de que le daba igual ser muda, qué gracia cuando supo que no eran necesarias tantas letras. ¡Jo! Se rió poco la tía.


Deshizo entonces sus pesadas maletas y las abandonó en el rincón más oscuro del andén para partir sin volver la vista hacia atrás.

jueves, 1 de abril de 2010

Los encantos de una meretriz que quiso jugar a ser princesa.


Érase una vez una de esas mujeres de mediana edad, de clase media, medio guapa, de estatura y peso medio. Vamos una de esas madres normaluchas que te encuentras a la salida del colegio, o en el super, o en el parque, o en el ascensor. Sí, seguro que ya te estas imaginando a unas cuantas. La vecina del segundo, la madre de María, la mujer del entrenador, la del coche rojo...
Bueno, pues esta en concreto se llamaba Deborah. O así la llamaban los hombres que acudían al apartamento clandestino de la calle x, en el piso x y que pertenecía a Madame Vivian, una mujer como tantas otras, de ropa ceñida, cejas demasiado depiladas y un maquillaje que intentaba tapar las heridas que le había hecho la vida, sin conseguirlo.
Hombres de todas las edades, de todas las profesiones y de todas las condiciones sociales acudían allí y muchos de ellos pedían expresamente los servicios de la tal Deborah, la morena esa que no está mal. Qué mejor que aquel oscuro lugar perdido entre las calles sin nombre de la ciudad, discreto, apartado, anónimo, para solicitar a una puta con nombre de zorra todo lo que en su vida de ejecutivo educado con traje y padre de familia no estaba bien visto.
Lo que no sabían era que Deborah sólo quería encontrar un poco de cariño en los brazos sudorosos de los desconocidos, obesos y borrachos la mayoría de las veces, que acudían a ella en busca de sexo barato y fácil. Una búsqueda desesperada de amor de la que ni siquiera ella era consciente.
Por eso, cuando un cliente la miró a los ojos por primera vez en todos sus años de servicio al deseo insaciable y perverso de los hombres respetables, y le pidió un francés sin condón, pensó que quizás aquel era el bueno.