sábado, 10 de octubre de 2009

Son las cuatro de la tarde de un sabado, tienes resaca y llevas uno de los días más raros de tu vida. Demasiadas cosas que procesar de un viernes de locura, caos, alcohol y lloreras. Abres la ventana de par en par y dejas que el frío aire otoñal ocupe los rinconcitos vacíos de tu dormitorio y te metes en la cama aún desecha que parece que te está llamando a gritos. Te acurrucas debajo del edredón, te tapas de pies a cabeza y empiezas a ver el mundo de color rojo anaranjado. Y notas como el nudo del estomago se va haciendo más y más grande, y llega un punto en el que parece que vas a explotar, pero no te preocupes porque estas protegida bajo ese mundo tecnicolor del que te has adueñado momentáneamente. Las lágrimas empiezan a bajar por tus mejillas y tu no te has dado ni cuenta de que hasta aquí hemos llegado y que en el fondo tampoco es tan malo. Asique poco a poco vas recobrando la consciencia y decides sacar tu cabezita de entre las sabanas y volver a respirar.


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