Ya queda menos. En menos de treinta
días medio mundo estará con los ojos fijos sobre una pantalla de
televisión. Atentos, casi hipnotizados, detendremos nuestras vidas
durante poco más de un mes en una especie de delirio colectivo que
comenzará en Sao Paulo el próximo 12 de Junio a las cinco de la
tarde.
Las masas enloquecen con el fútbol.
Mujeres y hombres por lo general cabales, tranquilos y educados se
convierten en seres extraños para sus propios hijos y allegados:
gritan, insultan, escupen, lloran, se enervan. En pocas palabras, se
vuelven auténticos energúmenos. El partido de nuestro equipo es
SA-GRA-DO. A más de uno y más de dos no les sorprendería que
alguien se ausentase incluso de la santísima trinidad de la BBC
(bodas, bautizos y comuniones) por ver marcar el golazo de la semana
a la estrellita de turno. Y es que en este país con el fútbol no se
juega.
Imaginemos por un momento que, por
alguna razón, se me ocurre querer ir a ver uno de los dichosos
partidos del mundial. Por supuesto, no es un ejercicio mental
sencillo, también tenemos que imaginar que vivimos en un universo
paralelo donde entre los jóvenes de mi edad el paro no es superior
al 55% y yo puedo costearme el viaje de mis sueños para ver al
guapérrimo Piqué & Co. en acción. Me he informado, los precios
oficiales de las entradas oscilan entre los 65 y los 722 euros
aproximadamente, dependiendo del partido que desee ver, la
localización de los asientos, etc. Multiplíquenlo por el número de
individuos en cada encuentro y por el número de partidos y voilá.
Sólo con las entradas, la FIFA ya se embolsa millones y millones de
euros. Nada que no supiéramos ya. Pero me ha dado por seguir
pensando en mi viaje a Brasil y me he acordado de algunas otras cosas
que también sabemos, pero que no está de más recordar.
En el mundial del 2010 las malas
lenguas decían que nuestros campeones de la roja se embolsaron
550000 euros por barba (sin tener en cuenta extras, campañas
publicitarias, patrocinadores y demás, que sino las cantidades se
nos van de madre). El currante medio español cobra según el INE
22.790 euros brutos al año.
Según el diario Argentino Infobae, el
coste de la construcción y remodelación de los 12 estadios que
serán sede en el mundial de Brasil se ha disparado a 3000 millones
de euros, cantidad cuatro veces superior a la estimada inicialmente
por la FIFA y que supera, y por mucho, lo invertido en Sudáfrica y
Alemania juntas. Obras que, por cierto, no han estado exentas de
tragedias humanas que no hacen sino dejar en evidencia la falta de
medios y/o la falta de interés en el capital humano del gigante
latinoamericano. Por si esto no fuera suficiente, los casos de
corrupción no dejan de sonar: empresas privadas que generosamente
aumentan contribuciones a cambio de adjudicaciones, financiación a
cargo de los contribuyentes...un escándalo silenciado.
Es cierto que no todo va a ser drama en
la gran fiesta del deporte estrella, no niego que generará miles y
miles de empleos y dejará millones de euros en el país. Lo que no
tenemos tan claro es quién sacará provecho de este dinero. Las
grandes empresas que se beneficiarán de la Copa Mundial
prefieren no pagar impuestos sobre esos
beneficios en el propio Brasil, dejando así el país con una deuda
inasumible.
Entre otros sectores, uno de los más
beneficiados, sin duda, será la prostitución. La trata de blancas
es el tercer negocio que más dinero mueve tras las drogas y las
armas y los grandes eventos deportivos generan un inmenso y
deplorable número de consumidores de la versión más sucia,
lamentable e ilegal de la profesión más antigua del mundo. Porque
no nos equivoquemos, las mujeres que se dedican a esto y ejercen por
amor al arte, son las menos.

Por otro lado, no es ningún secreto la
“limpieza” de favelas que se está llevando a cabo de un tiempo a
esta parte. Se estima que unas 150000 personas han sido y serán
desahuciadas para la celebración del mundial, al igual que miles de
vendedores ambulantes se quedarán sin forma de ganarse el sustento
en favor de los derechos exclusivos de venta de los patrocinadores.
Por no mencionar los famosos acuerdos de la policía con los cárteles
de la droga y los asesinatos de menores denunciados recientemente por
el periodista danés Mikkel Jensen, “para que los turistas no
vean las vergüenzas del país”.
La lista sigue y sigue. Pero una de las
consecuencias que, probablemente, quede más en evidencia tras este
tipo de eventos deportivos, y al igual que ocurre con las olimpiadas,
es el abandono de las instalaciones construidas (y derramando sangre
por el camino) para convertirse en “bañeras enormes” que
son económicamente insostenibles por las ciudades anfitrionas. Como
ejemplo, vaticino la debacle del estadio de Brasilia, el más caro de
los que han sido construidos y el segundo más caro del mundo, para
una ciudad que ni tan siquiera tiene un equipo profesional de
envergadura. Lamentable. Casi tanto como la inminente explosión de
una burbuja inmobiliaria que se ve venir desde hace tiempo y que
dejara al país en un estado más deficitario aún, si cabe.
Y esto es sólo el principio. La
organización suiza Solidar, publicó un informe muy interesante
sobre las diferentes vulneraciones de derechos humanos que se están
cometiendo desde la FIFA, con la estrecha colaboración del gobierno
de Brasil y de todos nosotros, espectadores fieles de la copa del
mundo. Os invito a que le echéis un ojo vosotros mismos
(
http://www.solidar.ch/data/0DF06392/Fifa_Dossier_Spanish.pdf).
Con todo esto se me han quitado las
ganas de irme de viaje a Brasil a ver el mundial. Pero, como ya he
dicho, no es nada nuevo. Cada 4 años nos enfrentamos a la misma
historia. O más bien cada dos: olimpiadas, copa del mundo,
olimpiadas, copa del mundo... y el único resultado objetivo es la
inversión de miles de millones de euros cada vez, con beneficios que
vuelven a las mismas manos de siempre a modo de boomerang. Se
me ocurre otro ejercicio mental; imaginar que pasaría si
invirtiéramos la misma ingente cantidad de dinero en intentar
mejorar la calidad de vida real de los brasileños, atajando los
problemas reales de los verdaderos ciudadanos.

No quiero criminalizar el fútbol como
tal. Como tantas otras cosas, esta exento de valor moral, es el uso
que nosotros hacemos de él lo que lo convierte o no en algo
condenable. Y lo que quiero condenar es la gestión que la FIFA hace
del mundial de fútbol. Quiero condenar la ceguera voluntaria y
completamente reversible que padecemos todos durante estos enormes
eventos deportivos. Quiero condenar que a pesar de que todos sepamos
lo que está ocurriendo, nos de exactamente igual y sigamos yendo al
bar todas las tardes del mes de junio a tomarnos unas birras,
echarnos unas risas y, ya de paso, transformarnos en pequeños
tiranos patrióticos al servicio de este gran negocio.
A mi me ocurre como con los cruceros.
Siempre quise ir a uno. Sol, relax, mojitos en la cubierta y lugares
maravillosos. Parece idílico. Pura apariencia. Tras esa fachada
maravillosa descubrimos una sucia (muy, muy sucia) realidad: 1000
toneladas diarias de residuos arrojadas al océano (aguas grises,
negras y oleosas, basura y residuos sólidos, restos de pintura,
pilas, material médico, agentes de limpieza...). Y resulta que yo no
quiero ser participe de ello.
Tristemente, no hay mucho que desde mi
insignificancia pueda hacer al respecto. Empezaré por tres cosas:
escribir este artículo, no irme de crucero este verano y pasar del
mundial.